“—No me enseñaron
a tocar la trompeta cada vez que hago algo bueno por alguien.
— ¿No te enseñaron?
¿Te refieres al calvinismo? Soy suiza, Ramsay, y conozco el calvinismo tan bien
como tú. Es una forma cruel de vivir, aunque olvides la religión y lo llames ética,
comportamiento decente o cualquier otra cosa que saque a Dios del asunto. Sin embargo, hasta el calvinismo se puede
soportar si uno llega a algún arreglo consigo mismo. Pero tú... Toda una parte de tu vida está sin
vivir, negada, apartada. Por eso, a los cincuenta años ya eres incapaz de
soportarlo, te descompones, desnudas tu corazón ante la primera mujer realmente
inteligente que conoces, es decir, yo, y
te dejas llevar por un capricho adolescente por una jovencita que se encuentra
tan lejos de ti como si estuviera en la Luna. Ésa es la venganza de la vida sin vivir, Ramsay. De repente, te convierte en un idiota.
Deberías echar un vistazo a esa parte de tu vida que no has vivido.
Y no te pongas a resoplar, a retorcerte y a intentar quejarte ahora. No insinúo
que debas tener secretas semanas de borracheras y una viuda que te espere todos
los jueves en su piso atiborrado de encaje, como si fueras un rufián de los barrios bajos.
Tú vales más que eso. Pero todo hombre lleva dentro un demonio, y un hombre de excepcional calidad, como tú, Ramsay, lleva un demonio igualmente
excepcional. Debes aprender a conocer a
tu demonio personal e incluso a su padre, el viejo diablo. ¡Ah, esta cristiandad! Incluso a los que juran
que no creen en ella les han calado hasta los huesos los mil quinientos años de
cristiandad de este mundo, y quieren
demostrar que pueden ser cristianos sin Cristo. Ésos son los peores, porque poseen la implacabilidad de la doctrina
sin la poesía del mito. ¿Por qué no estrechas la mano de tu demonio, Ramsay, y cambias esa estúpida vida tuya? ¿Por qué, por una vez, no haces algo inexplicable, irracional, a cuenta del demonio y solo porque sí? Serías un hombre distinto.
Lo que estoy diciendo no vale para todo el mundo, por supuesto. Solo para los que nacen dos
veces, y siempre se reconoce a los que nacen dos veces. A menudo llegan al
extremo de cambiar de nombre. ¡No dijiste que esa chica inglesa te lo cambió? ¿Y
quién es Magnus Eisengrim? ¿Y quién soy yo? ¿Sabes lo que significa realmente
mi nombre, Liselotte Vitzlipützli? Suena divertido, pero un día te tropezarás con su significado
real. Y aquí estás tú, dos veces nacido
y más cerca de la muerte que del nacimiento, y sigues sin llevar una vida de verdad. ¿Quién
eres? ¿Dónde encajas en la poesía y el mito? ¿Quieres saber qué creo que eres,
Ramsay? Creo que eres un quinto en discordia.
¿No sabes qué es eso? En las compañías permanentes de ópera, como
las que tenemos en Europa, se necesita
una prima donna, siempre una soprano, siempre la heroína y a menudo una tonta;
también se necesita un tenor para el papel de su enamorado, y una contralto que desempeñe el papel de la
rival de la soprano, la bruja o algo
así, y un bajo, que interpreta el papel del villano, del rival del tenor o de cualquier personaje
que lo amenace.
Hasta aquí, todo está claro. Pero no se puede desarrollar la trama sin otro
hombre, que generalmente es un barítono, y que en la profesión se conoce como quinto en
discordia, porque es el elemento ajeno, el
personaje al que no corresponde otro del sexo opuesto. Pero es necesario que haya un quinto en discordia,
porque es quién conoce el secreto del nacimiento del héroe, aparece para ayudar a la heroína cuando se
cree perdida, mantiene a la reclusa en
su celda o incluso puede provocar la muerte de alguien, si eso forma parte del
argumento. La prima donna y el tenor,
la contralto y el bajo, se llevan los mejores temas musicales y hacen todas las
cosas espectaculares, ¡pero no se puede desarrollar la obra sin el quinto en discordia!
Tal vez no sea un papel espectacular, pero
te aseguro que es un buen trabajo, y que
los actores que los interpretan suelen tener una trayectoria profesional más
prolongada que la de las voces de oro. ¿Eres el quinto en discordia? Será mejor
que lo averigües.”
“El quinto en discòrdia”
Robertson Davies
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