9 d’abr. 2014

más allá de la culpa y la expiación


No me angustia ni el ser ni la nada ni dios ni la ausencia de dios, sólo la sociedad: pues ella, y sólo ella, me ha infligido el desequilibrio existencial al que intento oponer un porte erguido. Ella y sólo ella me ha robado la confianza en el mundo.
Jean Amèry


Jean Améry, Viena, 31 de octubre de 1912 - Salzburgo, 17 de octubre de 1978,  fue un escritor austriaco  cuyo verdadero nombre era Hans Mayer.

Nada más llegar el partido nacionalsocialista en Alemania (año 1933), comenzó a leer e informarse sobre los escritos sobre antisemitismo y nazismo. Amèry, en aquellos años, estaba estudiando en Viena y, por  primera vez se sintió un extraño dentro de su cultura.  Tras la  promulgación de las Leyes de Núremberg (1935), dijo: “La inmensa mayoría, no sólo del pueblo alemán, sino también de mi propio pueblo austriaco, me ha excluido de su comunidad”, pero tampoco encontró su lugar entre la  judía.

Tras su huida a Bélgica, se une a la Resistencia. En julio de 1943 le detiene la Gestapo por distribuir propaganda contra las fuerzas de ocupación alemanas en Bélgica. Es torturado y encarcelado en Breendonk, donde fue interrogado por las SS durante largas sesiones. Posteriormente fue deportado a  Auschwitz, para pasar más tarde a Buchenwald y, por último, a Bergen-Belsen, debido al avance del Ejército Rojo.

Tras la liberación, regresó a Bruselas. El pseudónimo que adoptó, en lugar de Hans Maier, dejaba traslucir su rechazo a la cultura alemana y su deseo de identificarse con la francesa. A pesar de ello, Améry continuó escribiendo en alemán. Algunas de sus páginas más dolorosas son las que se centran en la pérdida de identidad,  de la patria, de la propia lengua. Convertirse en un extraño en su propio hogar, en su país, dejar de ser reconocido.

En octubre de 1978  se suicidó en Salzburg  y fue enterrado en el Zentralfriedhof de Viena.

Su número de deportado en Auschwitz fue grabado en la lápida.


Rafael Narbona, en su reseña del libro “Más allá de la culpa y la expiación”, del escritor austriaco, señala:

“Améry recreó su experiencia en Auschwitz en Más allá de la culpa y la expiación. Publicada en 1964, la obra no escatima las críticas hacia la filosofía contemporánea. La brutalidad del universo concentracionario pone de manifiesto la insuficiencia del pensamiento de Heidegger, cuyas piruetas lingüísticas muestran su impotencia en un espacio donde la palabra marca la diferencia entre morir o vivir un día más (“en el campo era más convincente que en el exterior que la jerga del ente y la luz del ser no servía para nada”). El "amor fati" de la ética nietzscheana, que se revela como una idea siniestra ante la experiencia de la tortura y la muerte del hombre anunciada por los estructuralistas, no puede irritar más a un Améry apegado al humanismo ilustrado. También repudia las explicaciones de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal, pues considera que el Lager es la expresión del Mal radical. En cuanto a su fe en el neopositivismo lógico, se esfumará ante la utilización de la técnica en las matanzas masivas. Lejos de tener un poder esclarecedor, la ciencia puede convertirse en el aliado más temible del autoritarismo. Frente a Lévi-Strauss, que reduce la historia a cadenas de procesos físico-químicos, y a Horkheimer y Adorno, que acusan a los "philosophes" de haber hundido a la humanidad en el infortunio,  Améry reivindica la herencia de los enciclopedistas. “Ilustración. He aquí nuestro santo y seña, [pero] ¿dónde está escrito que la Ilustración deba ser desapasionada? [...] El concepto de Ilustración incluye no sólo la mera deducción lógica y verificación empírica, sino también la voluntad y la capacidad de especulación fenomenológica, de empatía, de acercamiento a los límites de la ratio. Sólo cumpliendo la ley de la Ilustración y al mismo tiempo sobrepasándola, alcanzaremos espiritualmente espacios en que la "raison" no se agota en el simple cálculo”.

No es casual que Auschwitz se mostrara especialmente inclemente con los intelectuales. La dictadura nazi no ocultaba su propósito de borrar la herencia ilustrada, liquidando a los que se esforzaban en preservar y transmitir su legado. “


Miguel Ángel Vazquez Villagrasa, destaca de la obra de Amèry: “es un hervidero de rencor contra la realidad triunfante y olvidadiza, un fino hervidero que todo lo teje bajo la lucidez del absolutamente aplastado. Los pesimismos y optimismos de seminario no dejan de ser actitudes estéticas más o menos respetables frente al horror y la violencia de una única realidad: la realidad social. (…) Frente al horror de esa realidad, Améry no pide mera venganza ni odio, tan sólo la conciencia del duelo. “


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