El escritor
húngaro Imre Kertész nació en el seno de una familia judía de Budapest, el 9 de
noviembre de 1929. Con tan solo quince años, 1944, fue deportado al campo de
concentración de Auschwitz. A principios del año 1945 fue trasladado a
Buchenwald y liberado al final de la guerra.
Tras el fin de
la guerra, sufrió la represión del gobierno comunista húngaro. En 1951, el Partido Comunista Húngaro absorbió
el diario en el que trabajaba Kertész, siendo despedido inmediatamente. A partir
de entonces vive de hacer traducciones y escribir guiones para la radio y
musicales. Su negativa a la autocensura le condenó al ostracismo, por lo que la
publicación de su primera novela, “Sin
destino”, en 1975, pasó completamente desapercibida.
Escritor
comprometido, Imre Kertész centra su
obra en el Holocausto y la lucha contra los totalitarismos. Obtuvo el Premio Nobel de Literatura el año
2002, otorgado a “una obra que expone la experiencia frágil del individuo
contra la arbitrariedad bárbara de la historia”.
En “Sin destino”, narra de modo
autobiográfico la historia de una masa indiscriminada, “gente a la que no sólo se le arrebató la vida, sino también perdió
toda ambición, todo destino, la razón, el deseo. Todo”. Tras ésta, siguen “Fracaso”, de 1988 y “Kaddish por un niño que nunca nació”,
de 1992, obra- plegaria por un niño nonato que no vivirá la realidad de un
mundo generador de monstruosidades como los campos de concentración y de exterminio.
“...Sin embargo,
ni la terquedad, ni las oraciones, ni nada pudo liberarme de una cosa; del
hambre. Ya antes había experimentado o así lo creía el hambre; había tenido
hambre en la fábrica de ladrillos, en el tren, en Auschwitz e incluso en
Buchenwald, pero no conocía el hambre "a largo plazo", por decirlo de
alguna manera. Tenía un hueco, un espacio vacío, y quería, con todos mis
esfuerzos, llenar ese hueco sin fondo, ese espacio cada vez más vacío,
aniquilar, silenciar el hambre. Mis ojos no veían otra cosa que comida, mis
pensamientos, mis actos, todo mi ser se ocupaba exclusivamente de eso, y si no
me comía la madera, el hierro o los guijarros, era sólo por la imposibilidad de
masticarlos y digerirlos. Sin embargo he comido arena y también hierba; las
comía sin pensar, pero no había mucha hierba ni en el campo, ni en el
territorio de la fábrica. Por un solo cebollín se pedían dos rebanadas
completas de pan, y por el mismo precio se vendía una remolacha azucarera o una
forrajera. A mí, me gustaba más la forrajera porque era más jugosa y por lo
general más grande, aunque los entendidos decían que las azucareras tenían más
valor nutritivo, aunque la forrajera fuera más dura y tuviera un sabor más
picante. A veces, , me bastaba incluso con ver comer a los otros. A nuestros
guardias les traían la comida a la fábrica y yo no les quitaba los ojos de
encima cuando comían. Sin embargo no me dejaban disfrutarlo de verdad porque
comían demasiado deprisa, sin masticar bien, parecían no darse cuenta de lo que
hacían
Existen
situaciones en que parece imposible que se puedan agravar o empeorar. Yo mismo,
al cabo de tanto esfuerzo, de tanto afán, de tanto empeño, acabé encontrando la
paz, la tranquilidad y el alivio. Ciertas cosas, por ejemplo, que antes me
habían parecido sumamente importantes, perdieron por completo su significado
para mí. Así estando en la fila durante el recuento, si me cansaba y sin mirar
si me encontraba en medio de un charco o si había barro, me dejaba caer, me
sentaba y , me quedaba sentado o acostado hasta que mis vecinos me levantaban a
la fuerza. No me molestaban ni el frío, ni la humedad, ni el viento ni la
lluvia: simplemente no me llegaban, ni siquiera los sentía. Desapareció hasta
el hambre, me seguía llevando a la boca todo lo que encontraba, todo lo que
fuera comestible, pero sin prestar atención, como por costumbre y de manera
mecánica. Si tenían algún inconveniente, lo más que podían hacer era pegarme, y
con eso tampoco me hacían mayor daño, sólo me hacían ganar tiempo, puesto que
con el primer golpe me acostaba en el suelo y ya no sentía los otros porque me
quedaba dormido.”
Sin destino
Imre Kertész
La película húngara-alemana
de 2005, “Sin destino” “Sorstalanság”
(Fateless), està basada en el libro de Imre Kertész.
Baja la
dirección de Lajos Koltai y el guión del mismo Imre Kertész, le puso música
Ennio Morricone y la fotografía es de Gyula Pados.
Reparto: Endre Harkanyi, Marcell Nagy, Aaron Dimeny, Andras M. Kecskes, Joszef Gyabronka y Daniel Craig.
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