1 de nov. 2017

el llibre del mes, 3



“«Eres un acusado», dijo el sacerdote bajando la voz más que nunca.  «Sí», dijo K.,  «ya he sido informado de ello».  «Entonces eres el que busco»,  dijo el sacerdote. «Yo soy el capellán de la prisión.»  «Ah»,  dijo K.  «Te he mandado llamar»,  dijo el sacerdote,  «para hablar contigo». «No lo sabía»,  dijo K.  «He venido para enseñar la catedral a un italiano.»  «Olvida lo accesorio», dijo el sacerdote.  « ¿Qué tienes en la mano?  ¿Es un libro de rezos?»  «No»,  dijo K.,  «es un álbum de las curiosidades ciudadanas». «Entonces, apártalo de ti»,  dijo el sacerdote.  K.  lo tiró con tanta violencia, que se abrió y se deslizó un buen trecho por el suelo con las hojas dobladas. « ¿Sabes que tu proceso anda mal?»,  preguntó el sacerdote.  «También a mí me lo parece»,  dijo K.  «No he omitido el menor esfuerzo,  pero hasta el momento no he tenido éxito.  Además, aún no he terminado el memorial.» « ¿Cómo te imaginas que va a acabar?»,  preguntó el sacerdote.  «Antes pensaba que acabaría bien»,  dijo K.,  «pero ahora yo mismo lo dudo muchas veces.  No sé cómo acabará.  ¿Lo sabes tú?»  «No»,  dijo el sacerdote,  «pero temo que acabará mal. Te consideran culpable.  Es posible que tu proceso no pase de la esfera de un tribunal inferior.  Al menos por el momento consideran probada tu culpabilidad».  «Pero yo no soy culpable»,  dijo K.  «Es un error.  ¿Cómo demostrar la culpabilidad de una persona?  Aquí todos somos seres humanos,  tanto los unos como los otros.»  «Es cierto»,  dijo el sacerdote,  «pero así suelen hablar los culpables».  « ¿Tienes algún prejuicio contra mí?»,  preguntó K.  «No tengo ningún prejuicio contra ti»,  dijo el sacerdote.  «Te lo agradezco»,  dijo K.,  «porque todos los demás, todos los que están implicados en el proceso, tienen un prejuicio contra mí.  Y lo infunden también a quienes no tienen nada que ver con el proceso.  Mi situación es cada vez más difícil». «Interpretas mal los hechos»,  dijo el sacerdote,  «la sentencia no viene de un modo repentino;  el procedimiento avanza progresivamente hasta convertirse en un juicio».  «O sea que es así»,  dijo K.,  bajando la cabeza.  « ¿Cuál es el paso inmediato que vas a dar?»,  preguntó el sacerdote.  «Aún pienso buscar ayuda»,  dijo K., y levantó la cabeza para ver qué juicio merecían del sacerdote sus palabras. «Quedan ciertas posibilidades que todavía no he aprovechado.» «Buscas demasiado la ayuda de los demás», dijo el sacerdote en tono de reprobación, «especialmente de las mujeres. ¿Es que no te das cuenta de que ésta no es la verdadera ayuda?»  «A veces,  e incluso con frecuencia,  podría darte la razón»,  dijo K.,  «pero no siempre.  Las mujeres tienen un poder muy grande.  Si pudiera inducir a algunas mujeres que conozco a trabajar conjuntamente para mí,  conseguiría salir del paso.  Especialmente con este tribunal,  que se compone casi exclusivamente de mujeriegos.  Enséñale al juez de instrucción una mujer,  aunque sea desde lejos,  y,  para agarrarla a tiempo,  será capaz de pasar por encima de la mesa del tribunal y del propio acusado».  El sacerdote bajó la cabeza hacia la baranda y entonces pareció que empezaba a oprimirle la bóveda del pulpito.  ¿Qué tiempo desastroso debía de hacer en la calle?  No era ya un día sombrío,  sino una noche negra.  Ninguna de las pinturas de las vidrieras de las grandes ventanas podía interrumpir la oscuridad de la pared con el menor destello.  Y fue precisamente entonces cuando el sacristán apagó una tras otra las velas del altar mayor.  « ¿Estás enfadado conmigo?»,  preguntó K.  al sacerdote.  «Acaso no sepas a qué tribunal sirves.»  No obtuvo respuesta.  «Aunque la verdad es que te hablo sólo de mis experiencias», dijo K.  Arriba continuaba el silencio.  «No quise ofenderte», dijo K.  Entonces el sacerdote gritó dirigiéndose hacia abajo, donde estaba K.: « ¿No ves las cosas ni a dos pasos?»”

El proceso
Franz Kafka
Traducció: Feliu Formosa
Alianza Editorial, 2002
pàg: 216-217


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