“«Eres un acusado», dijo el sacerdote bajando la
voz más que nunca. «Sí», dijo K., «ya he sido informado de ello». «Entonces eres el que busco», dijo el sacerdote. «Yo soy el capellán de la
prisión.» «Ah», dijo K. «Te he mandado llamar», dijo el sacerdote, «para hablar contigo». «No lo sabía», dijo K. «He venido para enseñar la catedral a un
italiano.» «Olvida lo accesorio», dijo
el sacerdote. « ¿Qué tienes en la mano? ¿Es un libro de rezos?» «No», dijo K., «es un álbum de las curiosidades ciudadanas».
«Entonces, apártalo de ti», dijo el
sacerdote. K. lo tiró con tanta violencia, que se abrió y se
deslizó un buen trecho por el suelo con las hojas dobladas. « ¿Sabes que tu
proceso anda mal?», preguntó el
sacerdote. «También a mí me lo parece», dijo K. «No he omitido el menor esfuerzo, pero hasta el momento no he tenido éxito. Además, aún no he terminado el memorial.» « ¿Cómo
te imaginas que va a acabar?», preguntó
el sacerdote. «Antes pensaba que
acabaría bien», dijo K., «pero ahora yo mismo lo dudo muchas veces. No sé cómo acabará. ¿Lo sabes tú?» «No», dijo el sacerdote, «pero temo que acabará mal. Te consideran
culpable. Es posible que tu proceso no
pase de la esfera de un tribunal inferior. Al menos por el momento consideran probada tu
culpabilidad». «Pero yo no soy
culpable», dijo K. «Es un error. ¿Cómo demostrar la culpabilidad de una
persona? Aquí todos somos seres humanos,
tanto los unos como los otros.» «Es cierto», dijo el sacerdote, «pero así suelen hablar los culpables». « ¿Tienes algún prejuicio contra mí?», preguntó K. «No tengo ningún prejuicio contra ti», dijo el sacerdote. «Te lo agradezco», dijo K., «porque todos los demás, todos los que están
implicados en el proceso, tienen un prejuicio contra mí. Y lo infunden también a quienes no tienen nada
que ver con el proceso. Mi situación es
cada vez más difícil». «Interpretas mal los hechos», dijo el sacerdote, «la sentencia no viene de un modo repentino; el procedimiento avanza progresivamente hasta
convertirse en un juicio». «O sea que es
así», dijo K., bajando la cabeza. « ¿Cuál es el paso inmediato que vas a dar?», preguntó el sacerdote. «Aún pienso buscar ayuda», dijo K., y levantó la cabeza para ver qué
juicio merecían del sacerdote sus palabras. «Quedan ciertas posibilidades que
todavía no he aprovechado.» «Buscas demasiado la ayuda de los demás», dijo el
sacerdote en tono de reprobación, «especialmente de las mujeres. ¿Es que no te
das cuenta de que ésta no es la verdadera ayuda?» «A veces, e incluso con frecuencia, podría darte la razón», dijo K., «pero no siempre. Las mujeres tienen un poder muy grande. Si pudiera inducir a algunas mujeres que
conozco a trabajar conjuntamente para mí, conseguiría salir del paso. Especialmente con este tribunal, que se compone casi exclusivamente de
mujeriegos. Enséñale al juez de
instrucción una mujer, aunque sea desde
lejos, y, para agarrarla a tiempo, será capaz de pasar por encima de la mesa del
tribunal y del propio acusado». El
sacerdote bajó la cabeza hacia la baranda y entonces pareció que empezaba a
oprimirle la bóveda del pulpito. ¿Qué
tiempo desastroso debía de hacer en la calle? No era ya un día sombrío, sino una noche negra. Ninguna de las pinturas de las vidrieras de
las grandes ventanas podía interrumpir la oscuridad de la pared con el menor
destello. Y fue precisamente entonces
cuando el sacristán apagó una tras otra las velas del altar mayor. « ¿Estás enfadado conmigo?», preguntó K. al sacerdote. «Acaso no sepas a qué tribunal sirves.» No obtuvo respuesta. «Aunque la verdad es que te hablo sólo de mis
experiencias», dijo K. Arriba continuaba
el silencio. «No quise ofenderte», dijo
K. Entonces el sacerdote gritó
dirigiéndose hacia abajo, donde estaba K.: « ¿No ves las cosas ni a dos pasos?»”
El proceso
Franz Kafka
Traducció: Feliu Formosa
Alianza Editorial, 2002
pàg: 216-217
pàg: 216-217
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