27 de nov. 2017

Wilkie Collins, relats


“Cuando era un joven de veinticinco años, me convertí en miembro de las fuerzas de policía de Londres. Tras casi dos años de experiencia en la responsabilidad de los mal pagados deberes de esa vocación, me encontré dedicado a mi primer grave y terrible caso de investigación oficial, relacionado nada menos que con un delito de asesinato.

Las circunstancias fueron las siguientes: Por aquel entonces yo estaba destinado a una comisaría del distrito norte de Londres, que pido permiso para no mencionar más particularmente. Un cierto lunes inicié mi turno de noche. A las cuatro de la madrugada no había ocurrido nada digno de mención en la comisaría. Era primavera y, entre el gas y el fuego, la habitación se puso bastante calurosa. Fui a la puerta para respirar un poco de aire fresco, ante la sorpresa de nuestro inspector de servicio, que era de por sí un hombre friolero. Caía una fina llovizna, y la fuerte humedad del aire me envió de vuelta al lado del fuego. No creo que llevara sentado allí más de un minuto cuando empujaron con fuerza la puerta giratoria. Una mujer frenética entró dando un grito y preguntando:

— ¿Es esto la comisaría?

Nuestro inspector (por lo demás un magnífico agente) tenía, por alguna perversidad de la naturaleza, un temperamento más bien acalorado en su friolera constitución.

— ¿Por qué, benditas sean las mujeres, no ve usted que lo es? —dijo—. ¿Qué es lo que ocurre?

— ¡Asesinato es lo que ocurre! —restalló ella—. Por el amor de Dios, vengan conmigo. Es en la pensión de la señora Crosscapel, en el número catorce de la calle Lehigh. ¡Una joven ha asesinado a su esposo por la noche! Con un cuchillo, señor. Dice que cree que lo hizo dormida.”

¿Quién mató a Zebedee?
Wilkie Collins

(fragment)

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