“Cuando era un joven de veinticinco años, me
convertí en miembro de las fuerzas de policía de Londres. Tras casi dos años de
experiencia en la responsabilidad de los mal pagados deberes de esa vocación, me
encontré dedicado a mi primer grave y terrible caso de investigación oficial,
relacionado nada menos que con un delito de asesinato.
Las circunstancias fueron las siguientes: Por
aquel entonces yo estaba destinado a una comisaría del distrito norte de
Londres, que pido permiso para no mencionar más particularmente. Un cierto
lunes inicié mi turno de noche. A las cuatro de la madrugada no había ocurrido
nada digno de mención en la comisaría. Era primavera y, entre el gas y el
fuego, la habitación se puso bastante calurosa. Fui a la puerta para respirar un
poco de aire fresco, ante la sorpresa de nuestro inspector de servicio, que era
de por sí un hombre friolero. Caía una fina llovizna, y la fuerte humedad del
aire me envió de vuelta al lado del fuego. No creo que llevara sentado allí más
de un minuto cuando empujaron con fuerza la puerta giratoria. Una mujer frenética
entró dando un grito y preguntando:
— ¿Es esto la comisaría?
Nuestro inspector (por lo demás un magnífico
agente) tenía, por alguna perversidad de la naturaleza, un temperamento más
bien acalorado en su friolera constitución.
— ¿Por qué, benditas sean las mujeres, no ve usted
que lo es? —dijo—. ¿Qué es lo que ocurre?
— ¡Asesinato es lo que ocurre! —restalló ella—.
Por el amor de Dios, vengan conmigo. Es en la pensión de la señora Crosscapel,
en el número catorce de la calle Lehigh. ¡Una joven ha asesinado a su esposo por
la noche! Con un cuchillo, señor. Dice que cree que lo hizo dormida.”
¿Quién mató a Zebedee?
Wilkie Collins
(fragment)
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