Louis Armstrong, New Orleans, 1901; New York, 1971 |
“La mente
pervertida (y sospecho que excesivamente peligrosa) de Clyde ha ideado un medio
más de empequeñecer este yo mío prácticamente invencible. Pensé al principio
que podría haber hallado un padre subrogado en el zar de la salchicha, el
magnate de la carne. Pero el resentimiento y la envidia que le inspiro aumentan
día a día; no hay duda de que al final le asfixiaran y destruirán su mente. La
grandeza de mi psique, la complejidad de mi visión del mundo, la decencia y el
buen gusto que revela mi porte, la gracia con que me muevo y actúo en el
cenagal del mundo de hoy... todo esto confunde y asombra al mismo tiempo a
Clyde. Ahora, me ha relegado a trabajar en el Barrio Francés, zona que alberga
todos los vicios que el hombre haya concebido en sus aberraciones más
demenciales, incluyendo, supongo yo, algunas variantes modernas que habrán
hecho posibles las maravillas de la ciencia. El Barrio Francés no debe
diferenciarse gran cosa, supongo, de Soho y de ciertos lugares de África del
Norte. Sin embargo, los habitantes del
Barrio Francés, bendecidos por la tenacidad y el sentido práctico
norteamericanos, probablemente se entreguen en este momento afanosamente a
igualar y sobrepasar en variedad e imaginación las diversiones de que gozan los
residentes de esos otros emporios mundiales de la degradación humana.
Es evidente
que una zona como el Barrio Francés no es el medio adecuado para un joven de buenas
costumbres, casto, prudente e impresionable como vuestro chico trabajador. ¿Habrían
sido capaces de superar tales obstáculos Edison, Ford y Rockefeller?
La mente diabólica
de Clyde no se ha detenido en una humillación tan simple, sin embargo. Como supuestamente
he de manejar lo que Clyde llama “El mercado turístico”, se me ha ataviado con
una especie de disfraz.”
La conjura de los necios
John Kennedy Toole
pág 216-217
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