Joseph McCarthy, senador republicano por Wisconsin 1947-1957 |
“El señor Clyde hundió el
tenedor en la bufanda del vendedor Reilly y le ordeno salir inmediatamente del
garaje, amenazándole con el despido si no aparecía temprano para empezar a
trabajar en el Barrio Francés.
Ignatius camino hasta el tranvía
de muy mal humor y subió en él, camino de la parte alta de la ciudad, eructando
gas Paraíso tan violentamente que, aunque el tranvía estaba lleno, nadie quiso
sentarse a su lado.
Cuando entro en la cocina, su
madre le recibió poniéndose de rodillas y diciendo:
— ¡Señor! ¿Por qué me hiciste
cargar con esta cruz terrible? ¿Qué hice yo, Señor? Dime. Mándame una señal. Yo
he sido buena.
—Deja de blasfemar
inmediatamente —gritó Ignatius.
La señora Reilly interrogaba al
techo con los ojos, buscando respuesta entre el pringue y las grietas.
—Vaya recibimiento tras una
jornada deprimente luchando por la supervivencia en las calles de esta ciudad
salvaje.
— ¿Qué te has hecho en la mano?
Ignatius miro los arañazos que
le había hecho el gato cuando intentaba meterlo en el compartimento de los
panecillos.
—Tuve una batalla casi
apocalíptica con una prostituta hambrienta —eructo—. De no ser por mí fuerza
muscular superior habría saqueado mi carro. Al final, hubo de alejarse del
lugar de la lucha cojeando, con sus chillonas galas hechas jirones.
—i Ignatius! — gritó trágicamente
la señora Reilly—. Cada día estás peor. ¿Qué te pasa?
—Saca la botella del horno. Ya
debe estar hecha.
La señora Reilly miro a su hijo
tímidamente y le pregunto:
—Ignatius, ¿estás seguro de que
no eres comunista?
— ¡Oh, Dios mío! — bramó
Ignatius—. Todos los días he de someterme a una caza de brujas maccarthysta en
esta casa que se hunde. ¡No! Ya te lo he dicho. No soy un compañero de viaje. ¿Pero
quién diablos te ha metido eso en la cabeza?
—Es que leí en el periódico que
donde hay muchos comunistas es en la universidad.
—Bueno, pues, por suerte, no me encontré
con ellos. Si se hubieran cruzado en mi
camino, les habría dado una zurra que se habrían quedado medio muertos. ¿Acaso
crees que quiero vivir en una sociedad comunal con gente como esa Battaglia
amiga tuya, barriendo calles y picando piedra o lo que ande haciendo siempre la
gente en esos desdichados países? Lo que yo quiero es una buena monarquía,
firme, con un rey decente, de buen gusto, un rey con ciertos conocimientos de teología
y de geometría, y que cultive una Rica Vida Interior.
— ¿Un rey? ¿Tú quieres un rey?
—Oh déjate y a de tonterías.
—Nunca oí a nadie que quisiera
un rey.
— ¡Por favor! —Ignatius dio un puñetazo
en el hule de la mesa de la cocina—. Barre el porche, visita a la señorita
Annie, llama a esa alcahueta de la
Battaglia, practica los bolos en la calleja. ¡Déjame en paz! Estoy en un cicló
muy malo.
— ¿Qué quieres decir con eso de
«ciclo»?
—Si no dejas de molestarme,
bautizaré la proa de tu ruinoso Plymouth con esa botella de vino que hay en el
horno —masculló Ignatius.
—Peleándose con una pobre chica
de la calle —dijo con tristeza la señora Reilly—. Qué cosa tan horrible.
Tirando de un carro de salchichas. Ignatius,
yo creo que tú necesitas ayuda.
—Bueno, voy a ver la televisión
—dijo furioso Ignatius—, ahora empieza el programa del Oso Yogui.”
La conjura de los necios
John Kennedy Toole
pág 204-205
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