Elmore Leonard Nueva Orleans, 11/10/1925 Detroit, 20/08/2013 |
“El sábado por la mañana,
tumbada al sol con su chándal y su sujetador, Melanie estaba pensando que se
había pasado los últimos diecisiete años tomando el sol, ganándose la vida como
chica morena californiana. Estaba pensando que la mayoría de los tipos con los
que se movía no veían mucho el sol. Frank, aquel de Detroit con el que estaba
en las Bahamas cuando conoció a Ordell, hacía casi catorce años, sí que tomaba
el sol. Era un gilipollas, pero le encantaba el sol. A los productores de cine
no les gustaba. Ni a los empresarios japoneses, ni a los tipos de Oriente Medio
que iban a las islas griegas. Mientras tomaba el sol solía leer cosas sobre
estrellas de cine y gente guapa, sobre todas aquellas chicas de las que nunca
había oído hablar y que de repente se hacían famosas. Pero nunca había leído
qué les ocurría a las chicas que se ganaban la vida tomando el sol cuando el
sol acababa de arruinarles la jodida piel y se encontraban viviendo con un
negro que no le veía ningún sentido a eso de tomar el sol. En ese punto se
encontraba Melanie en la terraza a sus treinta y cuatro años, en una tumbona
manchada de loción bronceadora. No los oyó entrar.
No se enteró de que estaban en
el salón hasta que Ordell le dijo:
–Chica, mira quién ha venido.
Volvió la
cabeza y vio a Ordell y a un tipo que llevaba una chaqueta informal de color
azul y una camisa amarilla, y acarreaba una gran bolsa de Burdine’s. Un tipo
con pinta de bruto, con su chaqueta nueva recién sacada de la percha. No lo
reconoció hasta que Ordell dijo:
–Es Louis,
nena. –Eso provocó que se levantara y entrara corriendo en la sala,
aguantándose las cintas del sujetador con los dedos para que no se le
descubrieran los pezones. Ordell siguió hablando–: ¿A que todavía es guapa?
–Hostia, es
verdad –exclamó Melanie–. Estás ahí de verdad. Louis, la última vez que te
vi...
–Ya lo sabe
–cortó Ordell–. Louis no quiere hablar de esa época.
–Imagino por
qué –respondió Melanie.
Soltó el
sujetador, dejando que cayera si le daba la gana, se acercó a Louis, le dio un
beso en la boca y luego no se apartó de él.
–En aquella
época pensaba que vosotros erais los dos tíos más bordes que he conocido jamás.
–Te acabo de
decir que no quiere hablar de eso.
Ella seguía
mirando a Louis.
–Pero os lo
pasabais bien, ¿verdad? Con aquella caja de máscaras. Si hubierais creído que
alguien iba a pagar el rescate, me habríais secuestrado.
Por fin, Louis
sonrió.
–Sí, se nos
ocurrió.
–Me dijo que
estabas aquí y me moría de ganas de verte.
–Lo que Louis
quiere ver es mi película de las armas.
Melanie les
preparó un vodka con tónica y se sentó para observar a Louis mientras Ordell
pasaba la cinta por la tele –un vídeo que había comprado en una exhibición de
armas– imponiendo su voz sobre las de la película.
“Rum Punch”, 1992
Elmore Leonard
fragmento
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