“Queremos ser
más de lo que somos. Por naturaleza, cada uno de nosotros ve el mundo desde un
punto de vista, y con un criterio selectivo, que le son propios. E, incluso,
nuestras fantasías desinteresadas están llenas de peculiaridades psicológicas
que las condicionan y limitan. (…) Queremos ver también por otros ojos,
imaginar con otras imaginaciones, sentir con otros corazones. (…) Queremos ventanas. La literatura, en su aspecto de logos, es una
serie de ventanas e, incluso, de puertas. Una de las cosas que sentimos después de haber
leído una gran obra es que hemos «salido»; o, desde otro punto de vista,
«entrado», porque hemos atravesado la concha (…) y hemos descubierto cómo es
por dentro.
Por tanto,
leer bien, sin ser esencialmente una actividad sentimental, moral o
intelectual, comparte algo con las tres. En el amor salimos de nosotros para
entrar en otra persona. En el ámbito moral, todo acto de justicia o caridad
exige que nos coloquemos en el lugar de otra persona y, por tanto, que hagamos
a un lado nuestros intereses particulares. Cuando comprendemos algo descartamos
los hechos tal como son. El primer impulso de cada persona consiste en
afirmarse y desarrollarse. El segundo, en salir de sí misma, corregir su
provincianismo y curar su soledad. Esto es lo que hacemos cuando amamos a
alguien, cuando realizamos un acto moral o cognoscitivo y cuando «recibimos»
una obra de arte. Sin duda, este proceso
puede interpretarse como una ampliación o como una momentánea aniquilación de
la propia identidad. Pero se trata de una vieja paradoja: «el que pierde su
vida la salvará».
Por tanto,
disfrutamos participando de las creencias de otros hombres (por ejemplo, las de
Lucrecio o las de Lawrence), aunque puedan parecemos falsas; de sus pasiones,
aunque puedan parecemos depravadas, como, a veces, las de Marlowe o las de
Carlyle; y también de sus imaginaciones, aunque carezcan de todo realismo de
contenido.
(…) nos
convertimos en esas otras personas. No sólo, ni fundamentalmente, para ver cómo
son, sino para ver lo que ven, para ocupar por un momento sus butacas en el
gran teatro, para ponernos sus gafas y contemplar desinteresadamente lo que se
puede comprender, gozar, temer, admirar o festejar a través de esas gafas. Por
tanto, no importa si el estado de ánimo expresado en un poema corresponde real
e históricamente al que sintió el poeta, o sólo se trata de algo que éste
imaginó. Lo que importa es su poder, su capacidad para hacérnoslo vivir. (…)
Aquí reside,
si no me equivoco, el valor específico de la buena literatura considerada en su
aspecto de logos; nos permite acceder a experiencias distintas de las nuestras.
Al igual que éstas no todas esas experiencias valen la pena. Algunas resultan,
como suele decirse, más «interesantes» que otras. Desde luego, las causas de
ese interés son muy variadas, y son diferentes para cada persona. Algo puede
interesarnos porque nos parece típico (…), hermoso, terrible, pavoroso,
regocijante, patético, cómico o sólo excitante. La literatura nos da la entrée a todas esas experiencias. (…) La persona que se contenta
con ser sólo ella misma, y por tanto, con ser menos persona, está encerrada en
una cárcel. Siento que mis ojos no me bastan; necesito ver también por los de
los demás. La realidad, incluso vista a través de muchos ojos, no me basta;
necesito ver lo que otros han inventado. Tampoco me bastarían los ojos de toda
la humanidad; lamento que los animales no puedan escribir libros. Me agradaría
muchísimo saber qué aspecto tienen las cosas para un ratón o una abeja; y más
aún percibir el mundo olfativo de un perro, tan cargado de datos y emociones.
La experiencia literaria cura la herida de la individualidad, sin socavar sus
privilegios. Hay emociones colectivas que también curan esa herida, pero
destruyen los privilegios. En ellas nuestra identidad personal se funde con la
de los demás y retrocedemos hasta el nivel de la sub-individualidad. En cambio,
cuando leo gran literatura me convierto en mil personas diferentes sin dejar de
ser yo mismo. Como el cielo nocturno en el poema griego veo con una miríada de
ojos, pero sigo siendo yo el que ve. Aquí, como en el acto religioso, en el
amor, en la acción moral y en el conocimiento, me trasciendo a mí mismo y en
ninguna otra actividad logro ser más yo.”
La experiencia de leer.
Un ejercicio de crítica experimental
C.S. Lewis
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