La mentira
tiene una cara moral, ética, que todos conocemos y con la que nos topamos a
diario; y otra extra moral mucho menos
conocida y sumamente poderosa. El macabro uso que se ha hecho de la mentira
desde el punto de vista moral, especialmente en política, ha eclipsado los
aspectos constructivos de la mentira. En el sentido extra moral la mentira fue
y es el gran motor del cambio, nada podría cambiar o ser creado sin ese poder
transformador de la mentira. Mentir es inventar, imaginar, fingir, actuar;
mentir es crear, y en este sentido el mentiroso es un creativo; mentir requiere
un esfuerzo, es mucho más simple contar la verdad; mentir requiere, además,
mucha imaginación. Mentimos para zafar de una situación, mentimos para no
asumir responsabilidades, mentimos para obtener algún beneficio o para
perjudicar a otro. Pero también miente el actor, el novelista, el científico,
el religioso o el poeta. La mentira es un instrumento increíblemente eficaz y
versátil y presenta varias aristas que no siempre son exploradas.
No debemos
confundir el error con la mentira. El primero es involuntario; la mentira, en
cambio, implica intencionalidad. Esto es lo que hace prácticamente imposible probar
que alguien ha mentido; podemos probar que no ha dicho la verdad, pero no que
ha mentido; esto es algo que sólo el mentiroso puede admitir (e incluso podría
estar mintiendo al afirmar que ha mentido). Contrariamente a lo que la mayoría
de la gente cree, lo opuesto a la mentira no es la verdad (ni tampoco la
realidad) sino la veracidad, o en todo caso lo que pienso (aun cuando esto sea
falso). Supongamos que estoy absolutamente convencido que Colón llegó a América
en 1392; entonces, cuando sostengo esta posición, aunque sea falsa, no estoy
mintiendo porque digo lo que pienso. Pero si en cambio digo que Colón llegó a
América en 1492 (cuando sigo convencido que fue en 1392), entonces estoy
mintiendo aunque lo que diga sea verdad. La mentira consiste en alterar
deliberadamente lo que creo o pienso con un propósito determinado. Puedo
perfectamente proponer un enunciado falso porque creo en él, y por lo tanto con
la sincera intención de decir la verdad; es decir que no necesariamente miento
al decir algo falso. En cambio puedo decir algo verdadero con la clara
intención de engañar o confundir al otro.
La mentira
consiste entonces en utilizar la imaginación para alterar deliberadamente lo
que yo creo que es la realidad. Y esto es precisamente lo que permite el cambio
y la transformación; la mentira transforma la realidad (o lo que yo creo que
ésta es) con un propósito determinado. Es en este sentido en el que podemos
afirmar que la mentira es el origen de todo. El símbolo, origen del lenguaje y
elemento básico del pensamiento abstracto, es una mentira; pero una mentira
socialmente aceptada, una mentira en la que todos nos ponemos de acuerdo.
Convenimos en llamar “oso” a esa cosa peluda, de cuatro patas, que come
pescado, inverna, y gruñe espantosamente. Pero todos sabemos que la palabra
“oso” (o su sonido) no se parecen en nada al oso; la única manera “realista” de
hablar de un oso sería tener uno cerca cada vez que queramos referirnos a él y,
eventualmente, señalarlo. El símbolo nos permite alejarnos de la realidad,
hablar del oso aunque éste no esté presente. El símbolo es una mentira que nos
permite referirnos a la realidad. No sabemos aun cómo surgió el lenguaje, pero
podemos hacer alguna hipótesis al respecto. El homo mentirocutecus, ubicado cronológicamente entre el homo rhodensis y el homo sapiens sapiens, logró, haciendo uso de su imaginación,
asociar un símbolo (un sonido, un dibujo, una marca) con un fragmento de su
realidad que en nada se le parece. Fue el primer gran mentiroso. Podemos
imaginar al homo mentirocutecus
gritando “udtcha” al divisar un león
que se acercaba peligrosamente. Sus compañeros escucharon el “udtcha”, vieron al animal y entendieron
de qué se trataba; todos estuvieron de acuerdo en que aquella mentira (el
símbolo) correspondía a una “realidad” (el león). Tal fue el acuerdo que a
partir de entonces si alguien gritaba “udtcha”
un temor espantoso se apoderaba del grupo y mientras algunos corrían a
refugiarse otros buscaban sus lanzas para enfrentar al león. Lo curioso, era
que nadie había visto, escuchado u olido al león, sólo habían oído el símbolo
(la mentira). Aquella mentira socialmente aceptada se había convertido en una
verdad mucho más poderosa que el león mismo; ahora podían hacerse bromas
(alertar sobre un león que no existe), hablar del león en ausencia de éste,
planificar su caza, asociarlo con algún demonio o maleficio, utilizarlo como
ofrenda (te daré tres leones) o como amenaza (te echaré a los leones). Vale la
pena diferenciar aquí el símbolo (en este caso el “udtcha”) de las señales de alerta de otros animales. Éstas últimas
suelen ser de carácter genético, mientras que el símbolo sólo puede
transmitirse a la siguiente generación a través de la educación. La aparición
del manejo simbólico en el hombre permitió el desarrollo del lenguaje, y éste a
su vez impulsó la formación de conceptos abstractos imposibles de aprehender
mediante la percepción sensorial. La belleza, el futuro, la amistad, la
justicia, el deseo, son conceptos asociados al lenguaje. El desarrollo del
lenguaje hizo posible la aparición del mito, la religión, la ciencia y el arte.
Como señala Savater en Las preguntas de la vida, “Las selvas
humanas por las que vagamos están hechas de símbolos”; es decir de mentiras.
Quizás el principal valor de la mentira es que nos permite construir verdades,
que se convierten en tales cuando logramos olvidar que fueron mentiras.
Todos tenemos
una irresistible fascinación por la mentira y el engaño. A quien no le gusta
dejarse sorprender por un buen mago. Todos sabemos que esa magia es en
definitiva un engaño, una mentira; pero incluso llegamos a pagar una entrada al
teatro para dejarnos engañar. La única
razón por la que un mago nos sorprende es porque sabemos que nos está
mintiendo. Si pudiera de hecho hacer desaparecer cosas o leernos el
pensamiento, entonces ya no tendría ninguna gracia; es más, el simpático mago,
ahora devenido en brujo, nos provocaría miedo, aversión y rechazo, y
probablemente terminaría quemado en la hoguera (porque las hogueras no
desaparecieron con la inquisición, sino que siguen existiendo de forma mucho
más sutil). Si no fuese por la mentira este mundo sería bastante triste; porque
es la mentira la que permite que exista la ficción, es la mentira la que
permite que exista la religión, el arte y la ciencia. La mentira nos ayuda a
comprender el mundo. Picasso solía
decir que “el arte es una mentira, pero una mentira a través de la cual podemos
descubrir la verdad, al menos la verdad que nos es posible comprender”. Y es que la mentira es un producto de la
imaginación que hace posible que podamos comprender lo que nos rodea.
Todo pareciera
indicar que el hombre, en su necesidad biológica de preservarse como especie,
está dispuesto a aceptar mentiras por verdades en aras de comprender el mundo,
a fin de asegurar su subsistencia y hacer la vida un poco más soportable. El
conocimiento sería entonces una ilusión , un instrumento de la evolución para
asegurar la continuidad de la especie. De hecho el hombre ha abrazado siempre
aquellas ficciones que ponían un poco de orden en el caos de su existencia,
aquellas que parecían asegurar su subsistencia, aquellas que prometían (unas en
el más acá, otras en el más allá) una vida feliz.
La mentira puede existir aun cuando no exista
siquiera una sola verdad; la mentira no sólo es anterior a la verdad, sino que
la conforma; la mentira es el material primigenio con el que se construyen las
verdades; y cuando logramos olvidarnos de que la mentira estuvo involucrada,
sólo nos queda la verdad; y esa verdad (devenida en arte, religión o ciencia)
nos hace sentir seguros y nos da la tranquilidad necesaria para que la
existencia sea mínimamente soportable.
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