“Mi nombre es Elsa Sánchez de Oesterheld y soy la
mujer de Héctor Germán Oesterheld,
famoso en el mundo por haber escrito la historieta de El Eternauta. En la época trágica de este país desaparecieron a mis
cuatro hijas, mi marido, mis dos yernos, otro yerno que no conocí, y dos nietos
que estaban en la panza. Diez personas desaparecidas en mi familia. Pero
prefiero recordar los años en los que fui feliz.”
“Elsa Oesterheld, viuda del gran
historietista argentino, murió en 2015 a los noventa años. Antes de morir habló
con las periodistas Fernanda Nicolini
y Alicia Beltrami, autoras del libro
Los Oesterheld (Sudamericana, 2016)
en el que se reconstruye minuciosamente y con gran pulso narrativo la tragedia
vital de esa familia. Elsa tuvo que
convivir durante cuatro décadas con el recuerdo de aquel tormentoso tiempo en que
vivía atemorizada y sola, esperando cada día la notificación de una nueva
pérdida familiar. Los grupos de tareas no descansaban nunca. La aparición en
una calle del siniestro Falcon —el automóvil utilizado habitualmente por esas
fuerzas paramilitares— era preludio de una matanza o un secuestro ilegal. La
dictadura instaurada en Argentina en marzo de 1976 bajo el mando del general
Jorge Videla se había fijado como objetivo la eliminación física del «enemigo».
Y para no dejar rastros de su estrategia, los militares idearon la fórmula de
la «desaparición» de los activistas de la guerrilla de Montoneros y otras
fuerzas revolucionarias. Las organizaciones pro derechos humanos estiman que
unas treinta mil personas desaparecieron en Argentina entre 1976 y 1983.
Para escribir Los Osterheld, sus autoras recabaron
más de doscientos testimonios, tuvieron acceso a cartas inéditas y escudriñaron
archivos y hemerotecas durante cinco años. El resultado es una biografía coral
con una estructura fragmentada en la que la historia de la familia es
atravesada por multitud de relatos de los personajes menos conocidos de esos
años de violencia política. Nicolini y Beltrami tenían claro que no querían
escribir un libro sobre la «tragedia» ya conocida. «La intención original
—explica Beltrami— fue desarmar esa foto estática que existía de las chicas
Oesterheld: cuatro mujeres bellas, angelicales, educadas en buenos colegios de
la zona norte». Pero la obra va más allá de esa primera intención. Como si se
tratara de un homenaje al propio Oesterheld, las autoras han construido un
andamiaje narrativo por el que transitan decenas de personajes secundarios que
antes de pasar a engrosar la larga lista de desaparecidos vivieron sus propias
vidas anónimas, se enamoraron, tuvieron hijos, estudiaron o trabajaron mientras
ejercían la militancia de base.
La familia
Oesterheld no fue la única de esa época que sufrió una casi total extinción,
pero sí fue la más emblemática. El patriarca, autor de obras maestras de la
historieta como El Eternauta, Bull
Rocket, Mort Cinder, Ernie Pike o Sargento Kirk, fue detenido en abril de 1977. Antes habían caído ya
dos de sus hijas, Beatriz (nacida en
1955) y Diana (1953). Y más tarde
seguirían el mismo destino Estela (1952)
y Marina (1957). Junto a ellas
también serían ejecutados o desaparecidos sus tres yernos: Raúl Mórtola, Raúl Araldi y Alberto
Seindlis, y la pareja de Beatriz, Carlos
Della Nave. Todos ellos militaban en Montoneros. Y todos ellos, al
contrario que gran parte de la cúpula de la organización armada, se quedaron en
Argentina para hacer frente a un régimen que terminaría aniquilando cualquier
foco de resistencia.
Pero antes de
esos años de plomo hubo —como recordaba Elsa— una época feliz para los
Oesterheld, allá por las décadas de 1950 y 1960. Los tiempos en que en el
chalet de Beccar —unos kilómetros al norte de Buenos Aires— Héctor iba
esculpiendo algunos de los personajes legendarios del cómic en español. De esa
época quedan las bucólicas imágenes de un padre jugando con sus hijas pequeñas
en el jardín de la casa, las reuniones con amigos y colegas de profesión, la
algarabía de las adolescentes… Unos años en los que la familia sufría altibajos
económicos por la insistencia de Héctor en vivir exclusivamente de su trabajo
como historietista, renegando de su profesión de geólogo.
De padre
alemán y madre española, Héctor Germán
Oesterheld (Buenos Aires, 1919) había estudiado Geología en la universidad,
una carrera que en realidad solo le interesaría por el contacto que implicaba
con la naturaleza. Apenas trabajó como geólogo. Desde joven, sabía que su vida
estaría marcada por la escritura. Seguidor de clásicos como Verne, Salgari o Stevenson y cinéfilo empedernido, Héctor Oesterheld (al que
llamaban «Sócrates» por su erudición) no había leído historietas nunca. Pero su
vasta cultura y su talento fueron suficientes avales para convencer al
guionista italiano Alberto Ongaro,
quien le abrió las puertas de la editorial
Abril, donde se estrenó en 1951 con Cargamento
Negro. Allí Oesterheld, que ya había hecho sus pinitos literarios en
revistas infantiles, trabajaría con el grupo de dibujantes italianos entre los
que descollaba Hugo Pratt, con quien
daría vida a ese renegado sargento Kirk que Héctor imaginó primero como un
cowboy de la Pampa. El cómic transcurriría finalmente en su hábitat natural, el
Lejano Oeste norteamericano, pero Oesterheld ya reflejaba ahí su mirada
humanista a la hora de crear antihéroes.
Culto,
políglota, ingenioso… Poco a poco se ganó la confianza de unos editores que
sabían que la marca Oesterheld era sinónimo de calidad. Los dibujos de Pratt y
la pluma de Oesterheld hicieron las delicias de los cientos de miles de
lectores que tenía la historieta en Argentina a mediados del siglo pasado. El
italiano, que con el tiempo se distanciaría de Héctor por un choque de egos,
inmortalizará en 1957 al guionista en Ernie
Pike, una historieta bélica cuyo personaje principal, con el rostro de
Oesterheld, estaba inspirado en un corresponsal de guerra. El primer gran éxito
del escritor sería Bull Rocket, un
piloto de pruebas aventurero y erudito, otro héroe al estilo Oesterheld,
humanizado y realzado por los personajes secundarios.
A mediados de
los cincuenta Argentina vivía un boom de la historieta. Se publicaban decenas de
revistas y algunas de ellas, como Misterix
(de la editorial Abril, donde Oesterheld era ya el principal guionista),
vendía más de doscientos mil ejemplares por semana. Pese al éxito de sus obras
y el trabajo a destajo para varias editoriales, Oesterheld apenas conseguía
cubrir sus necesidades vitales con una familia numerosa que atender. Sin un
lugar propio donde escribir en su casa de Beccar (sus cuatro hijas nacerían en
la década de los cincuenta), el historietista solía escribir de madrugada en el
salón de la casa para entregar sus trabajos a tiempo.
Oesterheld se
plantea entonces editar sus historias en un sello propio. Fundará la editorial Frontera en 1957 y allí
cobijará a los dibujantes más brillantes de su generación: Pratt, Alberto Breccia, Eugenio Zoppi, Julio Schiaffino, Francisco
Solano López…, a los que promete mejores retribuciones y el reconocimiento
de los derechos de autor, una prerrogativa que hasta ese momento les habían
negado las grandes editoriales. Así nacieron las revistas Frontera y Hora Cero. En
esta última se publicaría ese mismo año la obra cumbre del escritor argentino: El Eternauta, donde se narra la
historia de Juan Salvo, el viajero eterno que ha sobrevivido a la invasión de
Los Ellos y aparece de repente en la casa de un historietista, Germán, trasunto
de Oesterheld, para contarle cómo empezó todo, con aquella nevada
«luminiscente» y el anuncio de una explosión en el océano Pacífico. Un
preámbulo de la invasión extraterrestre que tendrá a Buenos Aires como
escenario. Con dibujos del joven Solano
López, la historieta fue publicada entre 1957 y 1959 y arrasó en los
quioscos. Ciencia ficción en Buenos Aires. A Borges, enamorado del género, le fascinaba la idea que Oesterheld
le había anticipado en sus visitas al autor de «El Aleph» cuando estaba al frente de la Biblioteca Nacional. La
obra se reeditaría en 1969, y en 1975 aparecería la segunda parte, en la que
Germán es ya el protagonista de una historia con un tono mucho más
ideologizado.
Pese a la
buena recepción de Hora Cero, la editorial no acababa de despegar. Oesterheld y
su hermano Jorge eran un desastre para los negocios y tampoco controlaban las
tiradas que hacía la imprenta. Ese desaguisado financiero llevó a muchos
dibujantes a emigrar a Europa, donde su trabajo ya era reconocido (como en el
caso de Pratt, que en 1967 revolucionaría la historieta con su memorable Corto Maltés). Oesterheld se endeudó y
tuvo que volver pronto al trabajo rentado para varias editoriales. Noches en
vela y guiones a granel para llegar a fin de mes.
En Los
Oesterheld, Nicolini y Beltrami bucean también en la transición personal que
experimenta Héctor Oesterheld. Entregado en cuerpo y alma a su trabajo y a sus
hijas, el escritor vivió durante muchos años inmerso en su burbuja de
creatividad. Sin embargo, aunque no tuvo filiación política, su formación
—explica Nicolini— era humanista, lo que le acercaba a posiciones progresistas:
«Desde las historietas previas a los años de militancia, él se proponía contar
la historia argentina desde las voces de aquellos que habían sido ninguneados:
los gauchos, los soldados desertores, los líderes rebeldes, los aborígenes, el
pueblo, aquellos que no estaban consagrados en los libros escolares como
héroes».
Elsa fue la
primera sorprendida cuando Héctor le comentó que iba a publicar una historieta
sobre el Che Guevara, referente de
la generación de jóvenes revolucionarios que se estaba gestando en Argentina. Vida del Che salió a la luz en la editorial Ediko en enero de 1969 (con
ilustraciones de Alberto Breccia y
su hijo Ernesto) y marcaría un hito
en la carrera de Oesterheld: su iniciación en la historieta política. Seis años
más tarde confesaría en su última entrevista —mantenida en marzo de 1975 con
los guionistas Guillermo Saccomano
(hoy escritor consagrado) y Carlos
Trillo— que el Che Guevara era uno de sus intelectuales de cabecera. A
Saccomano, que acababa de llegar de España, le habían hecho el encargo de
entrevistar a Oesterheld los editores de la revista catalana Bang!, especializada en el mundo de la
historieta.
La fascinación
de Oesterheld por el Che era compartida por sus hijas. Talentosas y creativas,
Estela, Beatriz, Diana y Marina pronto comenzaron a militar en la Juventud
Peronista (JP) y a realizar trabajo social en las villas-miseria de la capital
argentina, antesala de su ingreso a Montoneros, la organización que acabaría
absorbiendo a toda una generación de jóvenes contestatarios. Las cuatro chicas
antepondrían la militancia a cualquier otro aspecto de sus vidas y su
compromiso político marcaría también el giro ideológico de su padre con su
adscripción a Montoneros.
El regreso del
peronismo al poder en mayo de 1973 de la mano de Héctor Cámpora y el retorno
del propio general desde su exilio madrileño cambiarían el destino de
Oesterheld y sus hijas. La militancia acabaría distanciándoles de Elsa,
contraria a la lucha armada que defendían Montoneros y las Fuerzas Armadas
Revolucionarias (FAR) para la toma del poder. Héctor y sus hijas pasarían a ser
protagonistas de esos agitados años. La historia los reconoce el 20 de junio de
1973 en los predios de Ezeiza, en aquella caótica llegada de Perón, cuando los
pistoleros de la Triple A (la facción ultraderechista del Partido Justicialista)
recibieron a tiros a las columnas de la JP. O en el estadio Atlanta, escuchando
decir a Mario Firmenich, líder de
Montoneros, aquello de «no rompan las bolas, Evita hay una sola», para
referirse a la candidatura de Isabel Perón en la fórmula presidencial que
encabezaría el general. O en la Plaza de Mayo, aquel 1 de mayo en el que las
columnas de Montoneros y la JP abandonaron la plaza después de haber escuchado
las palabras de su líder: «Hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más
mérito que los que durante veinte años lucharon». El general estaba enfurecido
tras el asesinato de José Ignacio Rucci,
el jefe sindical tiroteado por activistas de Montoneros. «¡Aserrín, aserrán, es
el pueblo el que se va!», coreaban los jóvenes mientras se iban de la plaza.
Poco después Perón moriría, Montoneros proclamaría su paso a la clandestinidad
y el Gobierno de María Estela Martínez de Perón, tutelado por José López Rega,
El Brujo, exsecretario personal del general e ideólogo de la Triple A,
intensificaría la guerra sucia contra
los militantes del ala izquierdista del peronismo. La violencia política se
multiplicó. A excepción de Elsa, todo el clan Oesterheld redobló su compromiso
con la militancia. Héctor y sus hijas abandonaron la casa de Beccar definitivamente
en 1975 para pasar a la clandestinidad.
Oesterheld
nunca dejó de escribir historietas. Lo había hecho antes del golpe en varias
editoriales y en las publicaciones de Montoneros: Noticias, El Descamisado, Evita Montonera. Y lo seguiría haciendo
durante los meses que pasó en la clandestinidad. A partir de 1975 fue
entregando a la imprenta la segunda parte de El Eternauta.
El golpe de
Estado del 24 de marzo de 1976 no amilanó a los Oesterheld. Ahora eran soldados
de Montoneros. Habían pasado en pocos años de organizar lúdicas tertulias
culturales en el jardín del chalecito de Beccar a seguir los códigos de
seguridad de una organización armada clandestina que se regía por métodos
militares bajo una férrea disciplina interna. Para Montoneros, Héctor, que
ya había pasado la cincuentena, era
ideal para hacer tareas de enlace. Algunos de los entrevistados en Los
Oesterheld recuerdan haberle visto deambulando por Buenos Aires con gabán y
sombrero, el pelo teñido de negro y un bigote crecido. Si se cruzaba con algún
conocido, desviaba la mirada. Vivió en varias casas de seguridad y apenas se
dejaba ver ya por las editoriales. Enviaba a través de terceros sus historias,
como los nuevos capítulos de El
Eternauta II, o las dictaba por teléfono. Solano López, molesto con el
sesgo político del nuevo Eternauta, decidió exiliarse en Madrid. Oesterheld
también pudo haber seguido ese camino. No le habría faltado trabajo en Europa.
Pero como si fuera un Juan Salvo antifascista, decidió quedarse en aquel
infierno como una muestra de fidelidad a sus hijas, consciente de que ellas no
abandonarían jamás la lucha armada.
La exposición
de las cuatro Oesterheld fue cada vez mayor en una organización acorralada por
los militares y diezmada por la sevicia de los grupos de tareas. Su caída era
solo cuestión de tiempo. La primera víctima fue Beatriz. Un día de junio de
1976 se había reunido con su madre en una confitería a tomar café. Poco después
sería secuestrada en la localidad de San Isidro, cerca de Beccar. Alguien le
informaría más tarde a Elsa que su hija había muerto en un enfrentamiento. Un
familiar reconoció el cadáver. Fue la única hija a la que Elsa pudo enterrar.
Montoneros había enviado a Diana en 1975
a la provincia de Tucumán para reforzar la organización en la zona más caliente
del país, plaza fuerte del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), la
guerrilla comandada por Mario Roberto Santucho que practicaba el foquismo
guevarista en las zonas rurales. Diana y Raúl Araldi, su marido, serían
secuestrados a finales de julio de 1976. Su pequeño hijo Fernando sería
entregado más tarde a sus abuelos paternos. Estela y su esposo, Raúl Mórtola,
caerían abatidos en julio de 1977 en una emboscada de un grupo de tareas en la
zona suroeste de Buenos Aires. La pareja ocupaba puestos de dirección en la
Columna Sur de Montoneros. Unos meses antes había sido secuestrada también
Marina, la menor de las Oesterheld.
La perversidad
del régimen militar le depararía a Héctor un destino todavía más cruel, si
cabe. El escritor había sido secuestrado en la ciudad de La Plata en abril de
1977. Para entonces ya habían desaparecido dos de sus hijas. Pasó por varios
centros de detención clandestinos (Campo de Mayo, El Vesuvio, El Sheraton…) y
su estado de salud se fue deteriorando progresivamente, pese a lo cual nunca
dejó de escribir historias. Gracias a los testimonios de varios supervivientes
—algunos de los cuales hablaron con Nicolini y Beltrami tras años de silencio—,
se pudo saber que Oesterheld estuvo con vida probablemente hasta principios de
1978 y que sus torturadores se deleitaban informándole sobre el destino de cada
una de sus hijas. Cuando las cuatro chicas ya habían muerto o desaparecido, le
tocó el turno a Héctor. En Oesterheld,
viñetas y revolución, Hugo Montero, autor de una biografía del escritor
publicada en 2013 en la editorial Sudestada, revela que la segunda parte del
Eternauta siguió publicándose, curiosamente, hasta abril de 1978, varios meses
después de la muerte de su autor, que había entregado sus materiales antes de
ser detenido.
Solo Elsa y
sus dos nietos, Martín Mórtola (hijo de Estela) y Fernando Araldi (hijo de
Diana), sobrevivieron a la extinción de toda una familia. Dos nietos más están
desaparecidos. Diana y Marina estaban embarazadas cuando fueron secuestradas.
Sus bebés seguramente serían entregados a familias afines al régimen, una
práctica habitual de los torturadores. Elsa trató de localizarlos sin éxito
durante toda su vida.
Tras la
desaparición de Héctor Oesterheld, su leyenda traspasó las fronteras y su caso
fue reivindicado por varios Gobiernos europeos… El Eternauta, la aventura del
héroe colectivo, es considerada hoy la mejor historieta de ciencia ficción
escrita en español. Y su creador, el más grande narrador de aventuras que
Argentina haya alumbrado en toda su historia.”
César G. Calero
Revista Jot Down
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