Una de las
historias apasionantes que atesora la Costa Brava es la batalla de las Islas
Formigues, un pequeño archipiélago situado frente al Cap Roig, cerca del Faro
de San Sebastián, entre Llafranc y Calella de Palafrugell, formado por islotes
rocosos sobre los que en la actualidad encontramos un faro radiobaliza.
Esta batalla
se encuentra en el marco de la lucha por el dominio del mediterráneo
occidental. En 1285 Girona fue invadida por los franceses en su camino hacia
Aragón, creando una serie de puestos defensivos que, junto a la tropa invasora,
debían ser aprovisionados por mar al ser la vía más rápida, esta debilidad fue
aprovechada por la Corona de Aragón que decidió cortar la vía de suministros
para debilitar a los franceses.
Corría la
noche del 6 de septiembre de 1285 cuando las embarcaciones del tipo falucha que
hacían labores de vigía para Aragón, divisaron una flota francesa de
avituallamiento compuesta por 24 naos y 15 galeras a la altura del Golfo de
León, con esa información, el almirante Roger de Lauria (17 de enero de 1245,
Lauria, Italia – 19 de enero de 1305, Valencia, también conocido como Roger de
Llúria … su nombre aparece como Roger, Ruggero o Ruggiero y su apellido como
Lauria, Llúria, Lloria o Loria) responsable de comandar la flota que debía
castigar las líneas de suministro francesas, permite que avancen con el fin de
que se confiaran manteniéndose, a la espera al pairo, con una flota compuesta
por 22 galeras armadas y pobladas por guerreros de distintos orígenes,
Almogàvers (soldados de infantería ligera mercenarios de la Corona de Aragón
que no formaban parte de los ejércitos regulares) catalanes y aragoneses,
aventureros sicilianos, corsarios valencianos, mercenarios napolitanos, etc.
El 7 de
septiembre de 1285, Roger de Lauria puso rumbo hacia la flota francesa
interceptándolos a la altura de las islas Formigues, en una maniobra nocturna y
silenciosa, atacando al escuadrón central francés por la amura (parte del
costado de la embarcación donde se curva hacia a la proa) de estribor. Los
franceses apenas pudieron reaccionar, despertados en plena noche, veían como
los galeotes ganaban la posición a gran velocidad. Una vez conseguida, los
certeros ballesteros catalanes (muy temidos en su época) y los arrojadizos de
fuego barrían las cubiertas de los invasores preparando el campo de batalla
para el abordaje de los almogàvers que previamente intimidaban chocando sus
espadas contra escudos y piedras, haciendo saltar chispas y gritando ¡Aur, aur
… Desperta ferro!, uno de sus gritos de guerra más entonados.
Del total de
la flota francesa, sólo escaparon dos galeras, el resto, 13 galeras y 24 naos,
fueron capturados incluyendo a sus tripulaciones y al almirante francés Aubert
d’Enguerrand, posteriormente rescatado a un altísimo precio. En el transcurso
de la batalla, se estima que perdieron la vida 3500 franceses y 200
confederados aragoneses, dejando bien claro la magnitud épica de la lucha.
Roger de
Lauria, no pretendía sólo parar este grupo de barcos de suministros, quería
sentar un precedente y provocar el mayor miedo posible, por ese motivo fue
especialmente cruel con las tropas capturadas, arrojó al mar a los heridos y
ordenó sacar los ojos al resto.
No siendo
suficiente, al día siguiente entró en el puerto de Roses, entonces ocupado,
utilizando como estrategia enarbolar el estandarte francés en sus naves lo que
le permitió una nueva victoria ocupando la villa al igual que hizo en Cadaqués.
Había conseguido su objetivo de cortar las líneas de suministro francesas y
recuperar los puertos perdidos.
El rey de
Francia solicitó la tregua a Roger de Lauria intentando intimidarle con enviar
300 galeras si no lo hacía, pero Roger no la concedió, dejando un claro mensaje
«Ya podría armar el Rey de Francia 300 galeras o 2000 si quiere, que no creo
que tenga ganas de enfrentarse a mí, ni barco de ningún porte se atreva a
cruzar el mar, que digo barco, no creo que ningún pez ose alzarse sobre el mar
si no lleva el escudo o bandera del Rey de Aragón en la cola para mostrar
respeto de nuestro noble señor, el Rey de Aragón y Sicilia».
El desastre
francés se completó cuando inició su retirada, pasando el collado de Panissars,
aquejados de peste y perseguidos por tropas aragonesas y los propios marineros
de Lauria.
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