6 de març 2020

betibú, seis





Fragmento:


“Es más fácil salir que entrar.

Me despido. Éste es mi último informe desde La Maravillosa. Ya no escribiré más esta columna acerca del caso Chazarreta. Pero quiero que recuerden lo que aquí les digo: el hecho de que éste sea el último informe es un acto de voluntad del que quiero dejar constancia. Yo decidí no escribir más sobre la muerte de Pedro Chazarreta ni sobre otras muertes relacionadas. Y eso es una decisión, una elección.

No quiero que suceda como tantas otras veces que un tema, una noticia, una información que un día ocupó espacio e interés, empiece a perder lugar y frecuencia hasta que nadie hable más de ella. Eso es lo que se busca a veces: que la noticia se desvanezca, que nos olvidemos del asunto. No es el caso. Dejo de escribir porque tengo miedo. Dejo de escribir porque no tengo pruebas ni garantías suficientes para decir lo que pienso. Lo único que tengo es temor y conjeturas. Este caso no está resuelto. Y no voy a poder ser yo ser yo quien lo resuelva. Quizá no lo resuelva nadie. Quizá pronto ya nadie hable del caso Chazarreta. No lo permitan.

Lo que pasa con esta noticia policial es trasladable a cualquier noticia y a la situación general de los medios hoy. Una agenda de prioridades informativas que deja afuera ciertas noticias es censura. No permitan que nadie les arme su agenda. Ni los unos ni los otros. Lean muchos diarios, vean muchos noticieros, todos, hasta aquellos con los que no están de acuerdo, y recién después armen su propia agenda. La comunicación hoy dejó de ser emisor-receptor, la armamos entre todos. Jerarquizar las noticias de acuerdo con el criterio propio y no con la agenda impuesta es hacer contrainformación. Y la contrainformación no es una mala palabra sino todo lo contrario. Es informar desde un lugar distinto, desde un lugar de no poder.

Hay que entender y mostrar los móviles de grupos y personas. No conformarse con una causa directa, ir más profundo, entender conductas. ¿Qué tiene que ver esto con noticias policiales?, ¿qué con un asesinato? Mucho. Deja más tranquilo pensar que a Chazarreta lo mataron por tal o cual motivo. No cuenten conmigo para un análisis tan simple. Si no puedo hacer un análisis más profundo no lo haré, pero ustedes sepan que esa profundidad existe y les está siendo negada. Yo hoy se las niego por miedo. Búsquenla siempre, en una noticia policial, pero también en una noticia política, internacional, de espectáculos o deportiva. Decir quién tomó un cuchillo y abrió el cuello de Chazarreta de un lado al otro es decir quién lo mató y a su vez es no decir nada. Porque detrás de eso se esconde una verdad mucho más compleja, brutal y antigua. Abusos, venganzas, pactos de silencio, son  todos asuntos más complicados y turbios que empuñar un cuchillo. Importa a qué colegio fue Chazarreta?, ¿importa que el fundador de ese colegio tenga causas por reiterados abusos?, ¿importa cuál era la ideología de Chazarreta y sus amigos en la adolescencia y cuál era en los últimos tiempos? Creo que sí,  que importa. ¿Influyen los agravios, abusos y crímenes no resueltos de otros tiempos en los agravios, abusos y crímenes de ahora, o en los futuros? Cuando no importan los antiguos agravios quedan heridas abiertas y, lo que es peor, a veces alguien se cree con derecho a reparar lo que en su momento no tuvo justicia. Pero la justicia por mano propia no deja de ser otro agravio, entonces se alimenta una rueda de odios y venganzas que no termina más. ¿Es menos asesino el que mata a quien se lo merece? La condena justa del agravio cometido, del crimen cometido, es lo único que nos puede salvar como sociedad.
No se olviden de los crímenes impunes, porque siempre encierran algo más tremendo que el crimen mismo.

Hoy dejo de escribir en este diario no porque esto no me importe, sino exactamente por todo lo contrario. Rodolfo Walsh reconoce que a partir de 1968 empezó a desvalorizar la literatura «porque ya no era posible seguir escribiendo obras altamente refinadas que únicamente podía consumir la ‘intelligentzia burguesa’, cuando el país empezaba a sacudirse por todas partes. Todo lo que escribiera debía sumergirse en el nuevo proceso, y serle útil, contribuir a su avance. Una vez más el periodismo era aquí el arma adecuada». ¿Sigue siendo hoy el periodismo, este periodismo, el arma adecuada? No lo sé, ni tengo derecho a responder esa pregunta porque no soy periodista. Yo soy escritora. Invento historias. Y a ese mundo de ficción volveré cuando termine este último informe. Porque en ese lugar no tengo miedo, porque en ese lugar puedo inventar otra realidad, una aún más cierta. Allí es donde puedo empezar una novela cualquiera, la próxima, con una mujer que viene a hacer las tareas domésticas a la casa de alguien como Pedro Chazarreta, por ejemplo, y que tiene que pasar como cada día por todos los controles de acceso a La Maravillosa sin saber, sin sospechar, que cuando llegue al chalet de su patrón se encontrará con que él fue degollado. Puedo fingir una investigación, descubrir lazos que nadie vio con otras muertes, determinar culpables materiales e ideólogos, decir por qué se mató a quien se haya matado. Inventar una y otra vez. Hasta decir, por ejemplo, que las responsabilidades últimas hay que buscarlas en un alto empresario, en un rascacielos, una torre imponente de Retiro, o de Puerto Madero, o en Manhattan. Donde yo quiera, porque no tengo que rendir cuentas. Una oficina con una gran ventana. O no, sin ventana. Total, todo será apenas una realidad que yo inventé. Una novela es una ficción. Y mi única responsabilidad es contarla bien.

Vuelvo a la literatura entonces. No escribo más estos informes porque escribir lo que debería me da miedo, y escribir otra cosa me da vergüenza.

Mis respetos para mis lectores.

Y mi confianza en que sabrán qué hacer en estos nuevos tiempos de la información. Tiempos en los que ustedes, también, son parte ineludible y activa.”



Betibú
Claudia Piñeiro
Alfaguara, 2011
Pág. 330-333

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