16 de març 2020

propostes lectures temporada que ve, 1

La proposta de l'Andrés


"Este año, para que no me volviera a ocurrir lo acontecido en el anterior, me he cerciorado de que en la red de Bibliotecas de la Diputación de Barcelona haya suficientes ejemplares- tanto en catalán como en castellano- del libro que os presentó para que sea elegido, si así lo estimáis:

Su autor: Romain GARY , aunque firmó está obra bajo el seudónimo Émile Ajar.

Título en castellano: La vida ante sí
222 páginas

Título en catalán: La vida al davant
212 páginas

Cita extraída de la obra:

“- No hay que llorar, hijo. Es natural que los viejos mueran. Tú tienes toda la vida por delante.”

Con sesenta años, el escritor Romain Gary decidió reinventarse a sí mismo y creó a Émile Ajar. Reinventarse o quizá desdoblarse, pues nunca dejó de ser “el famoso Romain Gary”, ganador de un Goncourt en 1956 con Las raíces del cielo. No dejó de ser quien era (ni de publicar como tal), pero probó a ser también otro: un escritor que empieza de cero y está libre de todas esas expectativas que genera una carrera literaria previa de éxito. Y así, en un momento en que Romain Gary era considerado por la crítica de su país un autor previsible y que se estaba quedando anticuado, Émile Ajar, el supuesto seudónimo de un pariente lejano de Gary, Paul Pavlowitch, la deslumbra y vuelve a ganar en 1975 el Goncourt (premio que no puede concederse dos veces al mismo autor),  justo con esta obra que hoy os propongo: La vida ante sí. No fue hasta después de su muerte, en 1980,  que quedó confirmada la identidad última de ambos escritores en Vida y muerte de Émile Ajar.

Por cierto, Romain Gary también era un heterónimo, el de Roman Kacew, un judío de origen ruso nacido en Lituania que, tras fracasar en sus estudios de música, llega a Niza con trece años junto a su madre, decidida entonces a convertirle en un “gran escritor francés” y convencida de que, a diferencia de un violinista, esto era imposible con su nombre ruso. En La promesa del alba, Gary recuerda a esta madre a la que no sólo debe la vida como Roman Kacew, sino en el fondo también como Romain Gary.

La vida ante sí es una auténtica joya. Sencilla, real, tragicómica, lúcida. En ella Momo (Mohamed), un niño de unos diez años, nos cuenta su vida junto a la señora Rosa y otros niños, que varían tanto en su número como en la duración de su estancia, en el sexto piso de un humilde edificio en Belleville, un barrio de París de población inmigrante (judía, árabe y africana). La señora Rosa es una antigua prostituta que en su vejez se gana la vida cuidando de los hijos que la ley prohíbe a las de su anterior oficio mantener junto a ellas. Para eludir esa amenaza constante de la Asistencia Pública cuenta con un amplio e indescifrable número de documentos falsos tanto de los niños como de sí misma, una judía de origen polaco que fue deportada a Auschwitz durante la guerra y vive desde entonces con el temor constante a que algo similar pueda repetirse en cualquier momento.

Obesa y casi calva, aparentemente interesada y egoísta, inestable y nada afectuosa, la señora Rosa era, pese a todo, “una mujer que merecía un ascensor”. Y es que la narración que Momo hace de su vida junto a ella, los otros niños y el resto del vecindario (el señor Hamil, la señora Lola, el doctor Katz o el señor Waloumba y sus hermanos) está hecha de sentencias sencillas como ésta que resumen muy bien lo que cada uno en el fondo es. Lo que son ellos y la vida.

Dice Momo: “Al principio, creí que aquella judía tenía miedo a Dios y esperaba que si la enterraban sin religión iba a pasar inadvertida. Pero no era eso. Ella no tenía miedo de Dios, pero decía que ya era tarde, que lo hecho hecho está y que Él no tenía por qué ir ahora a pedirle perdón. A mí me parece que cuando tenía la cabeza en su sitio, la señora Rosa quería morirse del todo y no como si todavía quedara camino para andar después”, y sentencia: “Yo a la vida no la maquillo, me cago en ella”.

Esta es la obra que os propongo para que la leamos la próxima temporada.

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