Fragmento:
“El teléfono suena otra vez y,
ahora, Brena atiende a tiempo. Jaime Brena, quién habla, dice. Comisario Venturina,
le contestan del otro lado. Comisario, repite Brena. ¿Cómo vas, querido? Yo
bien pero pobre, mi comisario, ¿y usted? Igual que vos. A Jaime Brena le da
gusto escuchar esa voz. Responde a algo parecido a un reflejo de Pavlov y su cuerpo
se pone alerta, tenso pero excitado, casi feliz; alguna sustancia — ¿adrenalina?—
se dispara dentro de él. Tengo algo para vos, Brena, dice el comisario. ¿Algo
que me va a costar un asado con tinto del mejor? Un asado con champán, te va a
costar. Escucho, dice Brena. Aunque lo hace por gusto porque sabe que en
Sociedad no va a entrar ninguna información que pueda pasarle hoy el comisario Venturini,
ni ninguno de sus contactos. Todavía no les dijo, todavía no se atreve a
desactivarlos, son contactos de toda la vida. Sus notas de Sociedad salen sin
firma, así que más allá de la gente de la redacción, por ahora y para el resto
él sigue siendo el periodista más destacado dentro de Policiales del diario. Lo
escucho, comisario, dice, y toma un papelito rosa del taco para anotar lo que
Venturini le está por decir. Apareció muerto alguien que vos conocés muy bien,
pero no te asustes que no lo querés ni medio, Brena. ¿Quién? Chazarreta.
¿Chazarreta? Degollado. Qué coincidencia. Tal cual. ¿De buena fuente? Estoy
parado frente al cadáver, mirando el tajo mientras llega la policía científica.
¿Dónde? En su casa, en La Maravillosa. ¿Y qué hace usted tan lejos de su
jurisdicción? Una de esas casualidades de la vida que después te cuento, vos
conocés esta casa, ¿no?, lo entrevistaste acá la última vez. Sí, conozco la
casa. Lo encontró la mucama, la mujer habló veinte minutos corridos sin decir
mucho que sirva y ahora está en shock. ¿Hipótesis? Muchas, pero nada que valga
la pena, mucha carne podrida, estaba esperando que vos me dieras tu impresión,
Brena. Es que me toma de sorpresa, comisario, déjeme digerir la noticia y en un
rato lo llamo. Oka, querido, yo voy a seguir en la escena del crimen un rato
más, llamame cualquier cosa, no te digo que te vengas porque el fiscal ya está
por caer y acá no dejan pasar ni al loro, después de lo de la otra vez…
Entiendo. Mirá que te di la exclusiva. Se agradece. Llamame. Lo llamo,
comisario, ¿algo más? Sí, Dom Pérignon, Brena, tira, pechito, molleja, y Dom
Pérignon. Así va a ser.
Jaime Brena cuelga y se queda mirando el
papel. Se pregunta qué debe hacer. Sabe que lo que tiene entre manos es un
notición. En un par de horas la información va a correr en todas las
redacciones, pero en esto, como en todo, el que golpea primero golpea más
fuerte. Aunque algunos digan —como dijo Rinaldi en una de las últimas reuniones
de tapa en la que participó Brena— que a partir de la explosión de las noticias
on line en Internet, el concepto de “primicia”
es más efímero que el tiempo que demanda hacer un copy paste y reenviar. A los de la vieja escuela, y él, Jaime
Brena, es uno de ésos, les sigue importando la primicia. La muerte de la mujer
de Chazarreta, tres años atrás, tuvo en vilo a todo el país. Y a pesar de que
no encontraron pruebas suficientes para culpar al viudo, el 99,99% de la gente
cree que el asesino fue Pedro Chazarreta. Y ese 99,99% incluye a Jaime Brena,
que no sólo tuvo a cargo la investigación periodística del caso para El Tribuno
sino que se convirtió en un referente del asunto para otros medios, desde el
asesinato hasta que se cerró la causa. Cuando mañana aparezca la noticia en los
diarios la gente va a decir: se hizo justicia, Brena sabe, aunque uno nunca
esté seguro de que es lo justo, ni de nada. Aunque la verdadera justicia para
alguien que no debía haber muerto sea la resurrección y no que maten a su
asesino. Pero Brena duda que esa justicia se la hayan concedido a nadie, ni
siquiera a Jesucristo. Se acerca al escritorio del pibe con el papelito rosa en
la mano. ¿Che, tenés un minuto?, le pregunta. Entonces se da cuenta de que el
pibe minimiza la pantalla en la que escribe para que él no vea en qué asunto
está trabajando, y aunque le dice: Sí, decime, Brena piensa: Fea actitud, pibe,
hace un bollo con el papel rosa, lo tira al cesto junto a los pies del aprendiz
de periodista policial y le dice: Nada, dejá.”
Betibú
Claudia Piñeiro
Alfaguara, 2011
Pág. 37-39
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