6 d’abr. 2022

el viajero, 4

 
Javier Reverte: el viaje, la literatura y el libro



por Julio Peñate Rivero
Universidad de Friburgo
en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
(3ª parte)



"La visión del mundo que manifiesta Javier Reverte es tan desengañada como clara y terminante. Lo mismo se puede decir de la identidad del arte: «La existencia es puro caos y el arte no es, nada más ni tampoco nada menos, que un propósito de dar sentido a la vida». La función del arte (y de la literatura como parte de él) no sólo es pertinente sino de algún modo necesaria como tentativa para comprender la existencia. Esa alta función artística la comparte la literatura con la tradición filosófica occidental. Resumiendo con brevedad los propósitos de Reverte a este respecto, la filosofía griega nace con la pretensión de Tales de Mileto de dar sentido al caos buscando la hipotética unidad que lo sustenta.

Es pues en la tradición clásica donde se inserta la gran literatura, investigando en el territorio que le es tal vez más propio: el de la condición del hombre (en su estatuto ontológico, inmutable, al que está condenado por el hecho de existir) y, de forma más concreta, el del misterio del alma humana y de su funcionamiento histórico. De ahí quizás el atractivo que Conrad ejerce sobre nuestro autor, en particular a través de Corazón de tinieblas, donde el personaje de Kurtz, culto y bárbaro al mismo tiempo, aparece como inquietante paradigma de la historia contemporánea y muestra la degradación que acecha al ser humano por muy alejado de ella que inicialmente pueda estar: «La gran literatura se asoma siempre a los abismos del alma aunque ponga en medio un paisaje».

De ahí también otra constante en el pensamiento de Reverte: su concepción de la perplejidad como una de las características del hombre, acentuada en la sociedad actual, una vez desacreditadas las grandes teorías religiosas, políticas y económicas en que se había basado el optimismo de la modernidad. Como resultado de la historia reciente, el individuo se halla desorientado, sin referentes sólidos, sin seguridades en las que apoyarse... excepto tal vez en la literatura, que al menos trata de comprenderle dirigiéndose a todos su sentidos, a su mente y a sus sentimientos, a su razón tanto como a su sensibilidad. Precisamente ése es el propósito esencial que confiesa tener nuestro autor: «comprender la existencia humana y explicarla a los otros, al mismo tiempo que me la explico a mí mismo».

No se trata, por lo tanto, de una forma más o menos larvada de didactismo sino más bien de interacción simbólica mediante la creación literaria: escribiendo sobre los demás, se escribe en definitiva sobre sí mismo y la comprensión que resulta del acto de escribir es comunicable del autor al lector. Ello no obstante, Reverte no rehúye el alcance ético de la obra literaria, según afirma de manera inequívoca: «No concibo la literatura que no lleve en su interior un trasfondo que nos haga mejorar». En una época de incertidumbres como la nuestra, la base de esa afirmación puede localizarse en su firme confianza en la capacidad del hombre para construir espacios de dignidad, incluso en las circunstancias más desfavorables (el autor lo ejemplifica de forma relevante en La noche detenida): esa nobleza fundamental es quizás uno de los pocos valores seguros que la historia ha confirmado. Y precisamente en este punto se encuentra quizás lo más significativo de la herencia griega considerada en su conjunto (arte y filosofía). La cita, aunque extensa, merece la pena:

Es el noble empeño de todas las edades: buscar la alegría desde el escepticismo, desde la desesperanza; arrojarse a los caminos del dolor con el ánimo de la libertad y de la valentía; soñar una vida mejor desde la comprensión de que casi todo es indigno; indagar en el corazón de los hombres en busca de aquello que nos hace nobles, mientras nadamos en una sucia charca rodeados de otros hombres innobles. Esa fue la gran tarea de la literatura y el pensamiento griegos, y ésa será siempre la tarea de la cultura de cualquier tiempo esperanzado.

Relacionando ahora este apartado con el anterior («En el principio fue el viaje») conviene destacar cómo la escritura viene a ser la culminación del camino realizado: en el acto de escribir se concretiza ese estadio superior de formación humana que aporta el viaje. Sólo cuando se ha completado el trayecto se puede tener una visión global del mismo y asimilar su significación. Mientras se escribe sobre el recorrido, otro nuevo se realiza, ahora a través de la memoria y de la emoción. La afirmación siguiente podría aplicarse por extensión a todo auténtico viaje: «Quien visita África una larga temporada ya no es el mismo a su regreso. Y se siente empujado a escribir, como si escribir fuera la única forma de descargar la intensidad de sus emociones». Esa última etapa recompone la experiencia anterior, interpretándola, sintetizándola, convirtiéndola en discurso artístico, y se termina solamente al concluir el texto que le da forma y sentido. De ese modo, el libro viene a ser la traducción literaria de una experiencia vital y, como toda traducción, aporta algo nuevo: una visión estructurada del trayecto recorrido y de sí mismo como actor de ese trayecto, modificado por él y también por el ejercicio gozoso y exigente de la escritura. Hablemos, pues, de ella.

Las dos nociones primordiales para la confección del texto, las que van a darle entidad literaria, son la imaginación y la organización. La primera es la herramienta intelectual que busca y encuentra soluciones para condensar, sintetizar y dar sentido a la masa enorme y desordenada de informaciones y de sensaciones que han golpeado la sensibilidad del escritor. La segunda es el resultado concreto de esa actividad, la forma que ha tomado en el texto: la multiplicidad se convierte en unidad esencial y el caos en orden y sentido, sentido dentro del texto que viene a ser una proposición de sentido para el mundo. Si se vence el desafío que implica llevar a cabo tal empresa, se ha logrado una obra artística, un texto auténticamente literario. He aquí algo fundamental en la poética revertiana ya que dicha empresa es común al texto ficcional (novelístico en su caso) y al referencial (el relato de un viaje efectivamente realizado): ambos son igualmente literatura- uno y otro no son «más que» variantes literarias. Teniéndolo en cuenta empezamos a apreciar el mérito de los textos de Reverte (particularmente los referenciales) ya que, según se constata fácilmente en su lectura, parten al menos de cuatro tipos de material: los generados directamente por el propio recorrido, los documentos históricos y asociados (biografías, memorias, reportajes periodísticos, correspondencias), los literarios que habían procurado la emoción inicial incitadora del viaje (novelas, relatos de viaje, etc.) y otros pertenecientes al bagaje cultural propio, sin relación directa con el viaje pero que nutren espiritualmente a su autor (filosóficos, poéticos y literarios en general). Ese material, ingente y diverso, es seleccionado, sintetizado y distribuido a lo largo del discurso textual con las referencias bibliográficas pertinentes. Para organizar materialmente un texto de tal complejidad, el autor acude a una amplia paleta de procedimientos, variables en cada obra, algunos de los cuales podemos presentar aquí a título de ejemplo:

Combinación narrativa de la experiencia del propio viaje y de la historia (en sentido amplio: documentos históricos y literarios, esencialmente de los viajeros anteriores, literatos o no) leída sobre el territorio visitado. Formalmente, ello se logra mediante una alternancia -o fragmentación- sistemática de ambos discursos, que aparecen así trenzados a lo largo del texto con el concurso, además, de otro ingrediente común a ambos: las reflexiones del autor sobre lo que cuenta de su propio viaje o de las lecturas realizadas. Experiencia, historia y deliberación reunidas otorgan al texto la estructura unitaria que subyace bajo la multiplicidad de los elementos que lo componen.

Juego de intrigas: el procedimiento anterior desemboca en una retención de la información y, por consiguiente, se convierte en generador de intriga narrativa. Pero ésta también es producida por otros recursos tales como la prolepsis, empleada sistemáticamente en Vagabundo en África y, con menor asiduidad aunque con notable eficacia, en obras como El río de la desolación, por ejemplo.

Alternancia temporal: la combinación de textos se convierte de hecho en una alternancia de tiempos que actúa con tres variantes: el pasado reciente, el del viaje realizado por el autor; el pasado anterior, el de los documentos consultados relativos a historiadores y a otros viajeros; y el presente de la escritura, en el que suelen situarse las deliberaciones antes citadas, como leemos en la pág. 233 de Los caminos perdidos de África: «Repasando ahora las notas y mientras escribo el libro sobre aquel viaje, pienso [...]».

Combinación de discursos textuales múltiples: la narración (de las propias peripecias, de la historia pasada, de anécdotas varias), la descripción externa (lo que se percibe con los diferentes sentidos) e interna (la impresión interior de lo que se percibe externamente), el diálogo con los personajes que transitan por el texto en compañía del narrador y el discurso deliberativo ya citado.

Seriación del viaje: Reverte no relata sólo su propia experiencia. La suya se inserta en una amplia serie de expediciones previas al mismo espacio, efectuadas por escritores, exploradores, científicos, militares, etc. Introduciendo esos otros viajes, el suyo cobra perspectiva dentro del conjunto (de algún modo, justifica el interés de haberlo realizado) a la del narrador como único viajero.

Descentración discursiva: la gran cantidad de diálogos existente en los textos de Reverte funcionan, desde luego, como una estrategia que proporciona variedad, frescura, humor, etc., al texto pero sobre todo permite dar cauce a la voz del Otro y, como en el caso anterior, contribuye a la descentración de la perspectiva, aquí mediante el discurso directo de interlocutores locales o viajeros. Notemos también la presencia de otro recurso que permite la descentración: el humor aplicado por el narrador a sí mismo.

Reajustes estructurales: entra aquí todo «arreglo» consciente de los materiales que ofrece la realidad para que encajen mejor en la narración, para que el relato cobre coherencia y gane en eficacia cara al lector. Se trata principalmente de adiciones o de supresiones en diálogos y peripecias, de reducciones de varios hechos a uno, de modificaciones temporales, espaciales, de personajes, etc. El arreglo se ejerce sobre el material en sí mismo y en su articulación dentro del conjunto: «A veces hay que ajustar la realidad a la imaginación para aproximarse mejor a la verdad», afirma el escritor.

En definitiva, se utilizan sistemáticamente procedimientos de ficcionalización para contar una historia a partir del punto de vista que la preside (Reverte procura relativizarlo multiplicando las voces y mostrando claramente la individualidad, es decir, la subjetividad, de la suya). No sólo la frontera no es nítida entre novela (de viaje) y libro de viaje sino que no existe en cuanto tal: ambos pueden compartir un amplio territorio común hecho de procedimientos compositivos, anécdota narrativa, descripciones o personajes. Sin embargo, no basta leer algo como ficcional para que sea automáticamente incluido dentro del género novelístico. Hay elementos extratextuales que ayudan a situar la obra (la historia literaria, las instituciones culturales, la propia industria editorial) y también textuales: en el libro de viajes encontramos habitualmente la identidad entre autor, narrador y protagonista; el trayecto es presentado como real (apoyado incluso en documentos gráficos, ilustraciones, bibliografía, otras referencias); el viaje se da por terminado, presuponiendo la ida y la vuelta (es una de las condiciones del libro: se prepara y se publica una vez realizado el periplo, lo que implica la supervivencia de su protagonista); por ello, si la novela contiene (por lo general) el desenlace de una intriga, en el libro de viaje encontramos básicamente la conclusión de un recorrido; si la novela es un instrumento de investigación y de transmisión de conocimiento, el libro de viaje aporta más conocimientos (en el sentido de información); si la primera se centra en la interpretación de la realidad, el segundo se basa más bien en la exposición de un aspecto de ésta directamente experimentado por su autor; por ello mismo, si la convención implícita entre autor y lector se limita en la novela a una credulidad temporal, en el libro de viaje abarca también la de la Habilidad de lo narrado. Así pues, no extraña que el propio Reverte acuda a la novela para desarrollar un asunto ya tratado en un relato de viaje: La noche detenida (2002) y Bienvenidos al infierno (1994) respectivamente.

¿Y por qué hacerlo de esta manera, por qué transformar en novela la realidad? Por una razón: porque muchos hombres y mujeres vivos no alcanzan a decirnos tan sólo por sí mismos cuanto oculta una historia verdadera; y por ello precisamos de personajes imaginarios que nos expliquen con mayor hondura la médula de la existencia humana. A veces, para aproximarse mejor a la verdad, es necesario recurrir a la ficción.

De lo anterior podemos retener la pertinencia de incluir en el mismo campo de estudio tanto novela como libro de viaje, la necesidad de tener no obstante en cuenta la especificidad de cada uno y la posibilidad de aplicar herramientas de análisis en gran medida comunes a ambos dada la «infraestructura» básica que los reúne. Consideremos ahora de manera rápida y sin duda incompleta los principales puntos de análisis sobre los que conviene fijar nuestra atención: se trata de retomar una breve serie de dimensiones narrativas elementales que, puestas en relación con la obra de Javier Reverte, nos ayudarán a percibir cómo se integran sus textos en la literatura viajera y cómo la enriquecen en cada caso con la diversidad de su aportación."

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