22 d’abr. 2022

grans llibres de viatges, 10

 

Viaje al Japón

Rudyard Kipling

1920


El libro narra el viaje de Kipling en 1889 por el país del sol naciente justo en un momento muy importante en su historia, el final del Shogunato Tokugawa y el principio de la Era Meiji. Un periodo de cambios importantes. Kipling venia de realizar un viaje por Asia y Japón iba a ser su última escala y lanzadera para continuar periplo por el otro lado del charco, ya que de allí partió rumbo a San Francisco.

En su narración recurre a la invención de un personaje, el profesor quien será su compañero de viaje y le servirá para establecer diálogos interesantes sobre el presente y futuro próximo del país. En todo momento se aprecia en la prosa del autor, sus claras reminiscencias imperialistas, por ejemplo, cuando habla de “ellos y nosotros” para diferenciar claramente a los británicos del resto.

Se muestra muy crítico con la nueva situación del país, y es que hay que recordar que Japón se encontraba en pleno proceso de cambio y prueba de ello era su recién estrenada constitución, a la que Kipling culpaba de una futura pérdida de la identidad e idiosincrasia del país. Durante el viaje Kipling y el capitán recorren muchos lugares como Yokohama donde presenciarán una obra de teatro Kabuki, visitarán los templos de Kobe y Nikko o Nagashaki.

"El primer círculo de campos alrededor de cualquier ciudad es siempre notablemente apestoso, pero aquel exceso de olores continuaba en todo el resto de los campos. Salvo por algunas partes cerca de Dacca y de Patna, la superficie de la tierra estaba más densamen­te poblada que en Bengala y era trabajada cinco veces mejor. No había ni una sola parcela sin cultivar, ni ningún cultivo que no llegase al límite máximo de la productividad del suelo. Cebollas, cebada, en peque­ñas lomas entre las lomas de té, judías, arroz y otra media docena de cosas cuyos nombres ignorábamos, nos llenaban los ojos ya cansados por el resplandor de la mostaza dorada. El abono es bueno, pero el tra­bajo manual es mejor. Vimos ambas cosas incluso en exceso. Cuando un campesino japonés ha hecho en su campo absolutamente todo lo que se le ha ocurrido, arranca las malas hierbas tallo a tallo, entre el ín­dice y el pulgar. Es auténtico. Vi a un hombre que lo hacía.

Fuimos en línea recta, por la maravillosa campi­ña, atravesando la llanura en la que se encuentra Kyoto, hasta alcanzar la cadena de colinas en el extremo opuesto, y nos vimos enredados en media milla de amontonamiento de maderas.

Los cultivos y los canales habían desaparecido, y nuestros incansables rickshaws corrían por la ribera de un río ancho y poco profundo sofocado por tron­cos de todos los tamaños. Estoy preparado para creer cualquier cosa de los japoneses, pero no veo por qué la Naturaleza, que según dicen es el mismo Poder des­piadado en todo el mundo, había de mandarles los troncos por los ríos sin que los astillasen las rocas, limpiamente descortezados y con una ranura cortada con precisión a cada extremo para alojar una cuerda. He visto flotar troncos en el Ravi en tiempos de crecida; los troncos eran sacados, con garfios, tan ásperos como un cepillo de dientes. Aquí, ese material llega limpio. En consecuencia, la ranura es un nuevo mi­lagro. "

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