17 d’abr. 2022

grans llibres de viatges, 6

 

Viaje a Italia

J. W. Goethe

1816


Goethe fue un hombre excepcional, todos conocemos su obra fundamental “Fausto” pero su producción literaria fue de una gran envergadura. Además de escritor polifacético, también fue zoólogo, botánico o geólogo, en definitiva, lo que en muchas ocasiones se suele llamar un hombre del renacimiento, sólo que unos cuantos años después, en pleno apogeo del romanticismo.

Viaje a Italia es mucho más que un libro de viajes es un libro autobiográfico donde podemos encontrar las vivencias del autor durante un largo viaje por Italia de casi dos años. Ahí están muchas de sus cartas con sus amigos en Baviera, sus pensamientos e impresiones del viaje, también las obras que va escribiendo durante su viaje y por su puesto su pasión por las ciencias y el arte.

Goethe entró de incógnito en la península itálica en 1788. No quería que le reconocieran para evitarse algunos problemas derivados de la fama que ya tenía y conservar su libertad de movimiento. Recorrió gran parte del país como un pintor enamorado del arte y la cultura italianas hasta que lo reconocieron en Roma y no pudo más que volver a adoptar su verdadera identidad.

El recorrido de Goethe por Italia tiene varias etapas, recalando en varias ocasiones en Roma, uno de los lugares que el autor tenía más ganas de visitar y donde se pudo empapar no solo del arte clásico sino también de la sociedad romana de la época. También pasó bastante tiempo en Venecia y Nápoles, lugares que pudo disfrutar con detalle y que sin duda calaron en el corazón y en la mente de este gran hombre.

El Viaje a Italia se publicó como un compendio de diferentes textos (cartas, anotaciones, etc.) muchos años después del viaje de Goethe, allá por 1816. Sin duda es uno de los grandes clásicos de la literatura de viajes.

"Roma, 1 de noviembre de 1786

¡Sí, por fin he llegado a esta capital del mundo! Si la hubiera visto hace quince años en buena compañía, bajo la dirección de un hombre muy juicioso, me estimaría feliz. Mas si mi sino era visitarla solo, verla con mis propios ojos, entonces está bien que esta dicha me haya sido concedida tan tarde.

En cierto modo he volado por encima de las montañas del Tirol. He visto bien Verona, Vicenza, Padua y Venecia; he visitado de manera fugaz Ferrara, Cento y Bolonia, y apenas he dedicado tiempo al conocimiento de Florencia. El anhelo de llegar a Roma era tan intenso, aumentaba tanto con cada día que pasaba, que ya no era posible la permanencia en ningún sitio, solo me detuve tres horas en Florencia. Pero ahora ya me encuentro en Roma, y estoy tranquilo, y hasta se diría que sosegado para el resto de mis días, puesto que se puede asegurar que comienza una nueva vida cuando a uno se le presenta la ocasión de contemplar en su conjunto aquello que conoce de un modo parcial. Todos los sueños de mi juventud están ahora vivos ante mí; los primeros grabados que recuerdo -mi padre había colgado en una antesala las vistas de Roma- los veo ahora tal como son en realidad, y todo lo que conocía desde hace tiempo por cuadros y dibujos, grabados sobre cobre y madera, modelos de yeso y de corcho, se encuentra ahora reunido a mi alrededor. Dondequiera que vaya me topo con una cosa conocida en un mundo nuevo; todo es, simultáneamente, nuevo y tal como me lo imaginaba. [...]

¡Y cómo me ha restablecido desde un punto de vista moral el hecho de vivir entre un pueblo enteramente sensual, del que tanto se habla y tanto se ha escrito, y al que cada extranjero juzga según la medida que lleva consigo! Perdono a quien censura y vitupera a los italianos: están demasiado lejos de nosotros y tener trato con ellos resulta, como extranjero, incómodo y costoso.

2 de febrero de 1787

¡¿Cómo transmitir la belleza de un paseo por Roma a la luz de la luna a quien no lo haya vivido?! Hay que haber estado allí para hacerse una idea de su incomparable hermosura. La gran masa de luces y sombras engulle los detalles, y el ojo solo es capaz de percibir el conjunto y los aspectos más generales de éste. Desde hace tres días venimos gozando plenamente de noches claras y espléndidas. El Coliseo ofrece una vista de una belleza increíble. Por la noche su recinto se cierra; dentro vive un eremita en una capilla y los mendigos ocupan las arruinadas bóvedas. Éstos habían encendido una hoguera en suelo llano. Una suave brisa empujaba el humor hacia la arena, cubriendo la parte inferior de las ruinas y destacando los sombríos muros en lo alto. Nos detuvimos junto a la reja y admiramos el fenómeno bajo una luna resplandeciente. El humo se iba deslizando, despacio, a lo largo de las paredes, grietas y aberturas, y la luna lo iluminaba como una niebla. El espectáculo era precioso. Es así como deben verse iluminados el Panteón, el Capitolio, el pórtico de la basílica de San Pedro y también otras calles y plazas grandes. El sol y la luna, lo mismo que el espíritu humano, tienen aquí una misión muy distinta que en otros lugares, porque aquí se enfrentan a formidables construcciones.

20 de febrero, Miércoles de Ceniza

Por fin ha acabado la locura. Las innumerables luces de ayer todavía constituyeron un absurdo espectáculo. Es preciso haber asistido al Carnaval en Roma para perder por completo las ganas de presenciarlo de nuevo. No hay nada que escribir sobre el tema, aunque acaso resultaría divertido en una conversación. Lo más desagradable es percibir la ausencia de alegría interior en las personas, así como advertir el hecho de que carecen del dinero para manifestar la poca que quizá conserven. Los potentados son ahorradores y se retraen, la clase media carece de fortuna, y el pueblo es indolente. En los últimos días había un ruido increíble, mas no auténtica dicha. El cielo, tan infinitamente puro y hermoso, contempla con aire noble e inocente toda esta farsa.

Ya que no cabe aquí la descripción, mandaré, para recreo de los niños, algunos dibujos coloridos de las máscaras y de las peculiares vestiduras romanas, de modo que así nuestros queridos pequeños tengan el capítulo que falta en el Orbis pictus.

21 de febrero de 1787

Aprovecho momentos entre una y otra tarea del empaquetado para completar lo dicho hasta ahora. Mañana partimos hacia Nápoles. Me ilusiona lo nuevo, que intuyo de una belleza inefable, y confío en recuperar en esta naturaleza paradisíaca la libertad y el placer para dedicarme, como aquí en la seria Roma, al estudio del arte.

El equipaje no supone ninguna dificultad para mí; lo preparo con el corazón más ligero que hace medio año, cuando me despedía de todo lo que me es tan querido valioso. Sí, ha transcurrido ya medio año, y si afirmo que de los cuatro meses pasados en Roma no he perdido ni un solo instante, aunque signifique mucho, me quedo corto."

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