8 d’abr. 2022

grans llibres de viatges, 1

 

La Odisea de Homero Canto I 

Reunión de los dioses. Consejo de Minerva a Telémaco.

 traducción de Laura Mestre Hevia 


"Háblame, Musa, de aquel varón ingenioso que anduvo errante largo tiempo, después de haber destruido la sagrada ciudad de Troya; que vio los pueblos y conoció las costumbres de muchos hombres, y sufrió en su corazón muchas penas, sobre el mar, luchando por su vida y la vuelta de sus compañeros. Y no pudo salvarlos a pesar de su deseo: perecieron por su misma demencia ¡insensatos! pues se comieron los bueyes del Sol, hijo de Hiperión, y este les quitó el día de su regreso. Musa, hija de Júpiter, cuéntanos algo de estas aventuras. 

Ya todos los demás griegos que habían escapado del terrible desastre, estaban en sus casas, libres de la guerra y del mar, pero él solo, -queriendo volver a su casa y reunirse a su esposa,- era retenido en sus vastas grutas por la augusta ninfa Calipso, la más bella de las diosas, que lo deseaba por esposo. Cuando, corriendo los años, llegó el tiempo señalado por los dioses para volver a su casa en Itaca, ni entonces se libró de luchar, aún entre sus amigos. Todos los dioses le tenían compasión, menos Neptuno, que siempre estaba irritado contra Ulises, igual a un dios, antes de arribar a su patria.

Pero Neptuno había ido a ver a los lejanos etíopes, los más distantes entre los hombres, -a los etíopes, que están divididos en dos regiones, unos hacia la puesta del sol y otros hacia el levante.- para presenciar una hecatombe de toros y de corderos. Allí al menos se regocijaba sentado en un banquete; pero los otros dioses estaban reunidos en el palacio de Júpiter Olímpico. El padre de los dioses y de los hombres les dirigió primero la palabra, recordando en su corazón al noble Egisto a quien había dado muerte Orestes, hijo del ilustre Agamenón. Recordando a Egisto, dirigió este discurso a los inmortales:

 «¡Grandes dioses! ¡Cómo acusan los hombres a los dioses! Dicen que sus males les vienen de nosotros, cuando ellos mismos por su demencia se buscan dolores, contra el destino. Así ahora Egisto, contra el destino, se casó con la esposa del hijo de Atreo, y mató a este a su vuelta, aunque sabía el terrible fin que le aguardaba, pues se lo habíamos anunciado enviando a Mercurio, el vigilante matador de Argos, para decirle que no diese muerte a Agamenón, ni solicitase a su esposa, pues le vendría la venganza de Orestes, hijo del Atrida, cuando llegase a la juventud y deseara volver a su patria. Así habló Mercurio, pero no persuadió el ánimo de Egisto, a pesar de su buena intención, y ahora ha pagado juntas todas sus faltas». 

En seguida Minerva, la diosa de ojos brillantes, le contestó: 

«¡Oh padre, hijo de Saturno, el más poderoso de los soberanos! Egisto ha caído por una desgracia bien justa: ¡qué así muera también todo el que cometa tales faltas! Pero mi corazón se destroza por el prudente y desgraciado Ulises, que desde hace largo tiempo padece lejos de sus amigos, en una tierra rodeada de agua, donde está el centro del océano: la isla tiene árboles y en ella tiene su casa una diosa, hija del malvado Atlas, que conoce todos los abismos del mar, y sostiene las altas columnas que separan la tierra del cielo. La hija de este retiene al desventurado Ulises, a pesar de sus lamentos, y lo adula siempre con palabras tiernas y melosas, para que olvide a Itaca; pero Ulises, deseoso de ver siquiera el humo de su tierra natal, anhela morir. Júpiter Olímpico, ¿no se conmueve tu corazón, teniendo en cuenta que Ulises te agradaba, ofreciéndote sacrificios junto a las naves de los argivos, en la vasta Troya? Júpiter, ¿por qué estás tan irritado contra Ulises?» 

Júpiter, el dios que amontona las nubes, le respondió: 

«Hija mía, ¿qué palabras se han escapado de tu boca? Después de eso, ¿cómo podría olvidar al divino Ulises, cuyo ingenio es superior al de los demás mortales, y era el que más sacrificios ofrecía a los dioses que habitan en el vasto cielo?» 

Pero Neptuno, el dios que rodea la tierra, estaba constantemente enojado, a causa del cíclope, a quien Ulises había cegado de su ojo, el divino Polifemo, superior en fuerza a todos los cíclopes. La ninfa Toosa, hija de Forcis, soberano del infecundo mar, lo había engendrado, uniéndose a Neptuno, en profunda gruta. Por esta razón, Neptuno, el dios que sacude la tierra, no hace morir a Ulises, pero lo obliga a andar errante, lejos de la patria. Vamos, tratemos todos de su vuelta, a fin de que regrese a su patria; y Neptuno depondrá su cólera, porque no es posible que dispute solo contra todos los dioses inmortales». "



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