Próxima estación:
final de trayecto
Romain Gary
Traductores: Cristina
Cubría y David Villanueva
Demipage, 2005
páginas: 256
por J.M. Plaza
“Todavía no se
había inventado la Viagra cuando Romain
Gary escribió una novela sobre la decadencia sexual de un viejo vividor,
enamorado de una veinteañera. El simbólico título lo dice todo: 'Próxima parada: final de trayecto'.
Este libro lo acaba de reeditar Demipage, coincidiendo con el centenario del
nacimiento de su autor, uno de los más importantes y controvertidos escritores
franceses, un autor de éxito y un héroe: fue aviador, luchador en la
Resistencia, diplomático, amigo de André
Malraux y Albert Camus y ganador
del premio Goncourt por dos veces, algo que prohíben expresamente sus bases.
Romain Gary, seudónimo de Roman Kacew,
representa, como pocos, el espíritu francés, a pesar de ser un judío ruso
nacido en Lituania, que escribió algunos libros en inglés y se casó con una
actriz norteamericana (que parecía francesa): Jean Seberg, la memorable Patricia de 'Al final de la escapada'. Esta relación marcaría su vida y,
posiblemente, su muerte.
El escritor
conoció a la musa de la Nouvelle Vague cuando era consúl general de Francia en
Los Ángeles. Gary nunca fue un diplomático al uso (le consideraban demasiado
bohemio y, por ello nunca le nombraron embajador), sino un artista, que había
tentado el cine y era amigo de grandes directores.
A Los Ángeles
llegó Jean Seberg, una muchacha de apenas 20 años, que había debutado con Otto Preminger en 'Juana de Arco' y repetía con el mismo director en 'Buenos días, tristeza', película
basada en la novela autobiográfica de la jovencita Françoise Sagan, que escandalizó a Francia en los años cincuenta.
El padre de la protagonista, interpretado por David Niven, podía recordar al Romain Gary de ese momento. Y lo
cierto es que el maduro diplomático y la joven actriz se enamoraron y vivieron
una apasionada, accidentada y atormentada historia de amor.
La diferencia
de edad (24 años) no era lo preocupante. Al menos, entonces. Había otras
circunstancias adversas: los dos eran grandes seductores (e infieles, por lo
tanto) y ambos estaban casados: Gary, con una mujer que no se lo puso fácil, la
escritora Lesley Blanch. Para Jean
Seberg resultó más sencillo, ya que siempre fue rebelde y rabiosamente
independiente. Una mujer fatal, a su pesar.
En 1963, Gary
y Seberg tuvieron un hijo, Alessandre
Diego (que fue concebido en Mallorca) y su relación se prolongó, con
notables altibajos, hasta 1970. El escritor lo veía venir y años antes declaró:
"Lo normal es que nos separemos porque yo ya no puedo satisfacerla".
El último
periodo de su relación fue demasiado intenso y desestabilizador, entre amantes
y locuras por parte de ella. A finales de los sesenta, en una fiesta en Nueva
York, Jean Seberg sedujo al escritor Carlos
Fuentes, que se acababa de divorciar de la actriz Rita Macedo. El mexicano quedó deslumbrado por aquella joven de
cara ingenua, a la que describió así: "Era brillante, inteligente, bella y
muy vulnerable". Su recuerdo no le abandonó nunca, aunque vivieron un
romance de apenas dos meses. Esa historia, debidamente aderezada, la contará
después (en 1994) en su novela 'Diana o
la cazadora solitaria', cuya protagonista, Diana Soren, posee "una
infinita capacidad sexual".
Esta era una
de las características de la dulce Jean Seberg: su pasión. Su apasionado modo
de vivir la sexualidad. La otra, la independencia. La tercera, quizás la
locura. Todo ello formaba un explosivo cóctel que enamoraba a los hombres, al
tiempo que los arrastraba hacia el lado oscuro. La actriz abandonó a Carlos
Fuentes y vivió una historia con Clint
Eastwood mientras rodaban 'La
leyenda de la ciudad sin nombre'. Fue otro de sus muchos amantes.
Jean Seberg
mantuvo un doble vida. Se movió entre grandes hombres, que supieron admirar su
belleza e intentaron protegerla, y entre canallas, que abusaron de ella. A
pesar de separse en 1970, Gary nunca abandonó a Jean Seberg: le cedió un
apartamento en el centro de París y le pagó las visitas médicas al psiquiatra
hasta el fin de sus días.
La década de
los setenta, ya en la antesala de la vejez, será la más prolífica y extraña del
escritor. Pero no adelantemos acontecimientos y recordemos su trayectoria
literaria. Antes de la Segunda Guerra Mundial, ya había publicado tres títulos
con su verdadero nombre, Romain Kacew. En 1945 firmó, ya como Romain Gary, la
novela 'Una educación europea',
sobre la resistencia polaca contra los nazis. Once años después obtuvo el
premio más prestigioso de Francia, el Goncourt, con 'Las raíces del cielo', una obra "que explica una época y un
conflicto histórico de enormes proporciones", según Adolfo García Ortega (autor de los prólogos de cuatro de sus
novelas traducidas al español), quien añade que esa novela "poseía el don
de la anticipación". Gary fue un adelantado en el tema africano y ecológico.
Los éxitos se
sucedieron en su vida. El público esperaba ansioso los nuevos títulos del
famoso autor, que también escribió teatro, ensayo, dirigió dos películas para
su mujer y participó en abundantes guiones cinematográficos, entre ellos, 'El día más largo', sobre el desembarco
en Normandía.
Este
reconocimiento popular se topó, de pronto, con la crítica, que empezó a
despreciar las novelas de Gary (por fáciles), al tiempo que miraba hacia el Nouveau Roman. Este hecho afectó
íntimamente al escritor, acostumbrado al éxito, y decidió actuar: se inventó
una nueva identidad literaria y la mantuvo en secreto hasta el final. Así lo
justificó: "Quería ser espectador de mi segunda vida. Fue como volver a
nacer. Todo me fue dado de nuevo".
La realidad es
que Gary pretendía mostrar a sus críticos que aún tenía mucho que decir.
sorprendió a todos. En 1976, un casi desconocido Émile Ájar (había publicado una novela) obtuvo el premio Goncourt
con 'La vida ante sí', una historia
llena de humanidad sobre la amistad entre Momo, un niño huérfano, y Rosa, vieja
madame que acoge en su casa a los hijos de las prostitutas. Una novela cálida,
dura y esperanzadora.
La obra fue
todo un acontecimiento: los críticos la saludaron con entusiasmo y la
calificaron como una voz nueva, joven, fresca, original. Fue el libro más
vendido del año en Francia y se hizo una película, 'Madame Rosa', que obtuvo el Oscar, y Simone Signoret, el César a la mejor actriz, como vieja prostituta.
De repente, todo el mundo quería saber quién era ese misterioso escritor que no
daba la cara, y Gary llegó a un acuerdo con su sobrino, Paul Pavlovich, para que asumiera la personalidad del reconocido
autor, impostura que se mantuvo hasta su muerte. Para dar mayor verosimilitud
al engaño, Émile Ájar publicó dos títulos más.
Aunque el
estilo y los temas son muy distintos en las novelas firmadas como Gary o como
Ájar, hay una constante: la búsqueda del humanismo, motivado por el deseo del
escritor de creer en algo. No le resultaba fácil y no lo consiguió. Así que, a
pesar de su brillante vida, en 1980, un año después del suicidio de Jean
Seberg, Romain Gary -muy civilizadamente- se puso el pijama, se acostó en su
cama y se disparó un tiro en la boca.
Tras
desparecer, dejó a su editor un libro titulado 'Vida y muerte' de Émile Ajar, donde contaba la historia de su
nuevo seudónimo y las razones que le habían motivado para tal transformación.
'La última década de su vida', en la que alternó sus dos firmas, son las más fructíferas
de su trayectoria. En esos diez años siguió publicando también con su verdadero
nombre literario: Roman Gary.
Uno de esos
libros es Próxima estación: final de
trayecto, que escribió al mismo tiempo que la obra con la que obtuvo su
segundo Goncourt y se publicaron el mismo año. Dos novelas simultáneas, que no
tienen nada que ver, lo que muestra su genio literario: 'La vida ante sí', es luminosa, coral, y mira hacia fuera, hacia
los desheredados; 'Próxima estación...'
es oscura, íntima, y se centra en el mismo autor y su agónico presente,
simbolizado en la impotencia como el fin de todo vestigio de vida. Y es que
cuando se ha sido un gran amante y se ha gozado de las mujeres, la decadencia
sexual es algo así como la muerte en el alma.
Al llegar a
los sesenta, la sexualidad se desbarata y aquello de lo que se estuvo tan
orgullo y fue un leit motiv de tus
días, ya no funciona. Así viven esta limitación los personajes de la novela,
desde el viejo y millonario play-boy,
al protagonista (trasunto del propio Gary), un editor que ha de vender su
pequeña editorial y es incapaz de satisfacer a su joven enamorada brasileña,
que tiene 20 años, los mismos que Jean Seberg cuando se conocieron.
La novela, que
es autobiográfica, no narra la historia que mantuvo con la actriz, pero sí
existen unos paralelismos evidentes, y el gran tema es, en el fondo, el que
vivió con su mujer y fue una de las causas de su separación. Porque, como decía
un viejo vividor, interpretado por Burt
Lancaster, en 'Novecento', la
película de Bertolucci: "Cuando
no se te levanta es que estás muerto".
Roman Gary lo
grita a su modo en la novela, cuyo título original (también con referencias al
Metro) podría resultar aún más patético: 'A partir de aquí vuestro billete no
es válido'. Esto sucedió en 1974. Quizás ahora, con la Viagra, el trayecto se
pudiese prolongar varias estaciones y esta obra sobre la impotencia no se
hubiera escrito.”
El Mundo, 17/02/2015
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