S. o la esperanza de
vida
Alexandre Diego Gary
Galaxia Gutenberg, 2010
páginas: 160
Hijo de la belleza y
de la tragedia
por Carles Geli
“La sombra de los padres es
siempre difícil de esquivar. Más si son el escritor Romain Gary (dos veces premio Goncourt) y la actriz Jean Seberg. Y aún más si se suicidan
con apenas un año de diferencia. "He intentado exorcizar todo eso, pero en
realidad he estado más de 20 años en la cárcel de la depresión", cuenta Alexandre Diego Gary, hoy en una
especie de libertad provisional e hijo único de ese glamuroso matrimonio que
duró apenas nueve años. Tenía 17 cuando, en 1979, su madre decidió dejarlo
todo. Tras tomar un supuesto cóctel de fármacos y alcohol su cuerpo apareció en
el interior de un Renault 5 blanco: muerte en extrañas circunstancias. Y 18,
cuando su padre, que aún conservaba el arma de su paso por la Resistencia
francesa, se disparó en la boca.
Esa catarsis, se llama S. o la esperanza de vida (Galaxia
Gutenberg / Círculo de Lectores), breve y bello vómito, apenas disimulado con
juegos de seudónimos y espejos entre el hombre marcado y el hoy ¿liberado?
"Además de no querer hacer una autobiografía, necesitaba que el personaje
fuera doble para que afloraran aspectos que de otro modo no hubieran salido:
digo cosas por primera vez".
Habla pausado, con la dulzura y
la educación de los que han quedado huérfanos pronto de ternura, sudoroso, con
el rostro ligeramente abotargado y rojizo, rastros de una vida disoluta y
enferma. Grafómano desde adolescente, cree que la S del título de su libro
abarca "silencio, soledad y suicidio y un poco la forma zigzagueante del
caminar de un cangrejo, adelante y atrás".
Tras dudar si convocar a sus
padres para no caer en "la gran orgía de los muertos", Gary recuerda
en el libro a sus progenitores en el gran piso del Fauburg Saint-Germain
atestado de libros, cuadros y muebles. Al padre en su despacho, donde entraba a
las ocho de la mañana a escribir; a la madre atada a la cama de un hospital
psiquiátrico para que no se suicidara, que soñaba, como él, con tener un
purasangre, a la que veía muy poco por lo que llamaba "mamá" a
Eugenia, la niñera española, "mi verdadera madre". Eso sí, estaba
dispuesto a matar por ella: tiró a una piscina un niño que no sabía nadar sólo
porque Jean le había hecho más caso que a él en una fiesta infantil. "Era
mi respuesta a que estuviera siempre fuera de casa; pero se lo perdono todo:
era de una belleza alucinante, un talento y, sobre todo, de una generosidad sin
límites".
¿Tiene, 30 años después, una
explicación a su suicidio? "Mi madre estaba siendo perseguida por el FBI y
la CIA por su apoyo a los Panteras Negras: su relación con miembros de aquella
gente fue el principio del final; además, esperaba un hijo, intentó suicidarse
y lo perdió [lo mostró para que se viera que no era negro] y eso terminó con
sus nervios".
De alguna manera, Alexandre
Diego esperaba la muerte de su madre: "Cualquier día lo va a lograr",
le alertó una vez su padre. Él lo acabaría haciendo apenas 16 meses después.
"Hacía años que le rondaba por la cabeza, con la tensión del affaire Émile Ajar [falsa identidad con la que
ganó por segunda vez el Goncourt en 1975, con el posterior escándalo]; creo que
si no lo hizo antes fue para no dejarme con mi madre. 'Mis deberes para contigo
ya están hechos', me dijo cuando cumplí 16 años; y me emancipó para que me
hiciera cargo legal de su obra". ¿Por qué se rompió la pareja? "Mi
madre siempre tuvo una actitud incontrolable, también se cruzó Clint Eastwood..., pero creo que hasta
el final soñaba con reconstruirla. Muchas veces llamaba a casa y luego se iba
corriendo antes de que abriéramos la puerta; si mi padre no retomó la situación
fue, en parte, porque temía que, sin querer, mi madre me hiciera daño".
Alexandre Diego estuvo casi dos
años sin salir de casa: lo del padre fue un mazazo. Desde que tenía 15 años
quiere ser escritor. Pero le asalta una duda: "Me da miedo no poder
escribir nada más; estoy con una historia de un amor perdido, pero siguen
persiguiéndome ciertas imágenes, que me obligan a parar y a escribirlas en un
cuadernillo... Quisiera haberme liberado de todo ese pasado". Madera,
estilísticamente, tiene. "Esa fraseología corta y esas imágenes son de Hemingway y de Faulkner, mis autores preferidos; ahora leo mucho a Tabucchi y a Lobo Antunes". ¿Y qué hay de su padre en esa voluntad moral
que destila S. o la esperanza de vida?
"Hay fragmentos en que yo mismo reconozco su influencia, lo siento a mis
espaldas; en ese libro, aunque sea tan descarnado, hay una ética. De él tomo
prestado que un hombre es un proyecto en construcción; un día seremos por fin
hombres".
Sí, un día.”
El
País
30 de marzo de 2010.
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