ilustración:
Manuele Fior
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“Dice el señor Hamil que la humanidad no es más que una coma
en el gran libro de la vida, y si un viejo dice semejante barbaridad, no sé qué podría añadir yo. La
humanidad no es una coma, porque
cuando la señora Rosa me mira con esos ojos de judía no es una coma, sino todo el gran libro de la vida entero, y
yo no tengo ningunas ganas de verlo. He ido dos veces a la mezquita a rezar por la señora Rosa, pero no
ha servido de nada, porque para los
judíos no vale. Por eso no quería volver a Belleville ni mirar fijamente a la señora Rosa. « ¡Ojo! ¡Ojo!», decía ella siempre. Es lo que dicen los judíos
cuando les duele algo. Nosotros, los
árabes, decimos «Jai!Jai!», y los franceses, «Oh! Oh!». Cuando no son felices, porque, no se crean, eso también pasa. Yo cumplía diez años porque la
señora Rosa había decidido que tenía
que acostumbrarme a tener cumpleaños y
hoy era el día. Decía que eso era lo principal para que pudiera desarrollarme con normalidad y que lo demás,
corno el nombre del padre y de la
madre, era puro esnobismo.
Me
había sentado en un
portal para esperar que todo pasara,
pero el tiempo es lo más viejo que hay y va muy despacio. Cuando las personas sufren, se les agrandan los ojos
y tienen más expresión que nunca. La señora
Rosa tenía los ojos cada vez más
grandes y más parecidos a los de los perros que te miran cuando les das
un puntapié, sin saber por qué. Los estaba viendo
desde allí, a pesar de estar en la calle Ponthieu, cerca de los Campos Elíseos, donde están las tiendas
elegantes. Sus cabellos de
preguerra se le caían cada vez más, y cuando se encontraba con fuerzas para seguir peleando me pedía
que le buscara una peluca nueva de
pelo de verdad para parecer una mujer. Su
vieja peluca también
estaba hecha un asco. Porque hay
que decir que se estaba quedando calva como un hombre; al mirarla te dolían los ojos,
porque las mujeres no están hechas para
esto. Quería una peluca roja que era el color que mejor le sentaba a su tipo de belleza.
No sabía dónde mangarla. En Belleville
no hay tiendas de esas que llaman institutos de belleza. En los Campos Elíseos no me
atrevo a entrar. Hay que preguntar,
dar la medida, una mierda.
Me sentía fatal. Ni siquiera tenía
ganas de tomar una Coca-Cola. Intentaba
convencerme de que no había nacido ese día más
que otro y de que el cuento del cumpleaños no es más que un convencionalismo
colectivo. Me puse a pensar en mis amigos,
el Mahoute y el Shah, que curraba en una gasolinera. Cuando se es un crío, para ser alguien hay que ser
muchos.
Me tumbé en el suelo, cerré los ojos
y empecé a hacer ejercicios
para morir, pero el cemento estaba frío y tuve miedo de pillar una enfermedad. Conozco
a tipos que en mi caso se endilgan
un buen lote de mierda, pero yo no voy a lamerle el culo a la vida para ser
feliz. Yo a la vida no la maquillo, me cago en ella. No nos llevamos bien. ”
La vida ante sí
Romain Gary (Émile Ajar)
Traducción: Ana
María de la Fuente
deBolsillo, 2008
páginas: 80-81
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