un cuento de
Romain Gary
“Él caminó hacia la terraza y nuevamente tomó
posesión de su soledad: las dunas, el océano, los miles de pájaros muertos que
estaban sobre la arena, un botecito, los mohosos pedazos de una red, y
ocasionalmente algunos nuevos signos que aparecían de repente como la carcasa
de una ballena varada; huellas de pasos en la arena, una hilera de botes
pesqueros a la distancia. Más allá las islas guaneras se erigían como
blanquecinos fantasmas sobre el horizonte que hendían el cielo gris. El café
estaba construido con postes de madera hendidos en las dunas; la carretera de
Lima pasaba a pocos metros de allí. Una escalerilla que lo conectaba con la
playa; él la descolgaba solo por las mañanas desde la vez que dos convictos
escapados de la cárcel de Santa Cruz lo habían golpeado cuando dormía, y
después, por la mañana los había encontrado completamente borrachos en el bar.
Él se
recostó en la baranda y fumó su primer cigarrillo, mirando a los pájaros que
habían caído en la arena durante la noche: algunos aún estaban vivos y
temblaban. Nadie había podido dar una buena explicación por qué las aves
abandonaban las islas para morir aquí, en la playa. Ellos nunca iban más al
norte, o más al sur sino exactamente a esta faja angosta de arena, exactamente
de tres kilómetros de largo. Tal vez para ellos fuera un cementerio sagrado,
algo así como Benares en la India, donde el creyente va a liberarse de su
fantasma: los pájaros dejaban sus carcasas aquí antes de volar al más allá por
siempre. O tal vez ellos simplemente volaban directo de las islas guaneras, las
cuales eran rocas desoladas y frías mientras que la arena era suave y calurosa;
cuando ellos sentían que llegaba su hora, y su sangre empezaba a enfriarse,
empezaban a desear calor y sólo les quedaba la suficiente fuerza para intentar
el cruce del agua que los separaba de la playa.
Siempre
había una explicación científica para todo. Naturalmente, un hombre siempre
puede refugiarse en la poesía, hacer migas con el océano, escuchar su propia
voz, continuar creyendo en los misterios de la naturaleza. Un poco de poeta, un
poco de soñador... El había venido a esta playa en el Perú, al pie de los Andes
porque era tiempo de cambiar: después de haber peleado en España, luego en la
resistencia francesa y por último en Cuba, a los 47 años había aprendido al fin
la lección y ya no esperaba nada de las nobles causas o de las mujeres: era
tiempo de establecerse en un hermoso paisaje. Los paisajes rara vez te
traicionan. Un poco de poeta, un poco de...También la poesía pronto será explicada
científicamente, estudiada como se estudia una simple secreción de las
glándulas. La ciencia avanza triunfalmente en la humanidad desde todos lados.
Un hombre cualquiera viene aquí para poner un café en las dunas de la costa
peruana con tan sólo el océano como compañía, aunque también hay una
explicación para eso: ¿No es el mar una promesa de lo que hay más allá - de una
vida eterna, una reafirmación de la supervivencia o la última consolación?
Esperemos que el alma humana no exista; esa sería su única oportunidad de no
ser cogido. Pronto los científicos estarán calculando su exacta masa, su
densidad y velocidad de ascensión... Cuando usted piense en todos los billones
de almas que han cabalgado hacia el cielo desde el inicio del tiempo,
encontraremos que hay realmente algo en qué pensar acerca de ello: una tremenda
fuente de energía malgastada; si construyéramos pozos para atrapar esas almas
al momento de su ascensión, tendríamos allí suficiente fuerza como para
iluminar a toda la tierra. Pronto el hombre será enteramente utilizable.
Actualmente sus mejores sueños han sido apartados de él para convertirlos en
guerras y prisiones.
A corta
distancia del café, en la arena, algunos pájaros aún se mantenían de pie: eran
los recién llegados. Ellos estaban mirando hacia las islas. Las islas, allá a
lo lejos, estaban cubiertas de guano: una beneficiosa industria. El guano que
un cormorán marino produce durante su vida puede servir para mantener a una
familia entera en el mismo periodo de tiempo. Una vez que el pájaro ha cumplido
con su misión sobre la tierra, viene a morir aquí. Considerando todas las cosas
tal como son, él podría decir que también había cumplido con su misión, su
último acto: en Sierra Maestra con Castro. El idealismo que un alma noble
produce, puede mantener a un estado policial vivo en el mismo periodo de
tiempo. Un poco de poeta, un poco de soñador. Pronto el hombre estaría llegando
a la luna, y ya no la tendríamos más para nosotros.
El arrojó su
cigarrillo sobre la arena. Naturalmente que un gran amor aún puede remediar
este estado, pensó luego burlándose de sí mismo y eso le hizo sentir un fuerte
deseo de unirse a los pájaros muertos en la playa. Era así como la soledad se
apoderaba de él cada mañana, esa era por lo general la peor de las soledades:
esa soledad que lo aplasta a uno en vez de liberarlo de los demás. El se
inclinó hacia la cuerda y soltó la escalerilla luego fue a afeitarse. Se miró
con asombro en el espejo como lo hacía diariamente a esa hora:
-¡No es lo que deseé llegar a ser! -habló burlonamente para sí mismo,
como el Kaiser Wilhelm después de su derrota. Con todo aquel pelo gris y esas
arrugas, dentro de uno o dos años, su adolescencia acabará definitivamente. ¿O
no? Con los idealistas nunca se puede decir la última palabra. Su cara era
larga y delgada, con ojos cansados y una sonrisa algo irónica, con ella actuaba
lo mejor que podía. Ya no escribía cartas a nadie ni las recibía, a nadie
conocía: había roto con todos como hace el hombre que trata vanamente de romper
consigo mismo.
Podía oír
los chillidos de los pájaros marinos que cada vez se iban haciendo más agudos:
signo de que seguramente un cardume estaría pasando por las cercanías de la
playa. El cielo estaba ahora todo de blanco, las islas de mar afuera,
comenzaban a desaparecer, el verde océano se erizaba saliendo de su sueño, las
focas bramaban cerca del viejo y destartalado muelle que estaba tras las dunas.
El puso el
café y regresó a la terraza y por vez primera se dio cuenta que, al pie de la
duna, hacia la derecha había lo que parecía ser un esqueleto humano tirado en
la arena con la boca hacia abajo y sosteniendo una botella con una mano; cerca
a él estaba también echado otro cuerpo que llevaba puesto solo una truza y
estaba pintado de azul, rojo y amarillo desde la cabeza a los pies. Un tercer
miembro del grupo era un gigantesco negro que dormía echado de espalda, estaba
vestido con una peluca estilo Luis XV, levita cortesana azul y pantalones de
seda blanca, pero estaba descalzo. La última oleada de gente que gozaba del
carnaval los había llevado hasta allí. Supuestamente ellos habían sido parte de
las comparsas, pensó. La municipalidad les daba los vestuarios y les pagaban 50
soles por noche, luego miró hacia la izquierda, donde volaban los huanayes,
flotando como una columna de humo gris y blanco persiguiendo el cardume y fue
en ese momento que la vio.
Ella llevaba una
vestimenta larga color verde esmeralda, con una mano sostenía un gran pañuelo
verde y se acercaba hacia las olas, el pañuelo flotaba en el agua tras ella, la
cabeza la tenía tirada hacia atrás y su larga cabellera negra caía suelta sobre
sus desnudos hombros. El agua ya le llegaba a la cintura, ella trastabillaba
cada vez que el agua la cubría más; las olas rompían ya muy cerca de ella, a no
menos de 25 metros; ese jueguito empezaba a ponerse muy peligroso. El esperó
una segunda ola más grande y sin embargo ella siguió yendo hacia la ola
mientras el océano juntaba sus aguas como un movimiento de felino antes de
saltar: ambos muy fuertes y flexibles en su movimiento; un salto más y todo
habría concluido. El se lanzó decididamente por la escalerilla y corrió hacia
ella dando gritos, sentía algunos pájaros bajo sus pies, pero la mayoría de
ellos ya estaban muertos y como siempre morían por la noche. Pensó que llegaría
a ella muy tarde. Una ola más grande que las anteriores harían que sus
problemas empiecen, esto es: telefonear a la policía y responder a preguntas.
Finalmente la alcanzó y la cogió de un brazo, ella se volvió hacia él y por
breves momentos el agua los cubrió a ambos. El mantuvo presión sobre su muñeca
y comenzó a jalarla hacia la playa. Ella se dejó llevar y él caminó por la
arena por un momento sin volverse hacia ella, luego se detuvo y la miró de
frente por primera vez. Era poseedora de un delicado rostro como el de una
niña, muy pálido, con grandes ojos graves, perlados por gotas de agua que
hacían juego perfecto con su cara. Ella llevaba puesto en el cuello un collar
de diamantes, aretes, brazaletes y aun sostenía el pañuelo verde en su mano. El
se preguntaba que estaba haciendo ella en ese lugar, de donde venía con esa
vestimenta de salón, con su oro, sus diamantes y esmeraldas andando a las seis
de la mañana por una desierta playa, entre pájaros muertos. (…)”
Continuara
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