22 d’ag. 2020

la vida ante sí: tres

ilustración:
Manuele Fior

“Yo les decía que no y lo sentía por la señora Rosa, pero ¡qué se le va a hacer! Sobre todo había una que siempre era muy cariñosa y que algunas veces, al pasar, me metía un billete en el bolsillo. Llevaba minifalda y botas altas y era más joven que la señora Rosa. Tenía unos ojos muy dulces y una vez, después de mirar a todos lados,  me cogió de la mano y nos fuimos a un café que ya no existe porque le tiraron una bomba, el Panier.

—No estés ahí en la acera. No es lugar para un niño.

Me acariciaba el pelo para arreglármelo, pero yo sabía que era para acariciarme.

—¿Cómo te llamas?

—Momo.

—¿Dónde están tus padres, Momo?

—No tengo a nadie,  ¿qué se cree? Soy libre.

—Pero ¿alguien te cuidará?

Yo seguía chupando mi naranjada, pues hay que andar con ojo.

—Podría hablar con ellos. Me gustaría ocuparme de ti. Te pondría en un estudio, estarías como un rey, no te faltaría de nada.

—Ya veremos.

Terminé la naranjada y bajé del taburete.

—Toma, tesoro, para caramelos.

Me puso un billete en el bolsillo. Cien francos. Tal y como lo oyen.

Volví dos o tres veces y ella siempre me sonreía, pero desde lejos, tristemente, porque no era suyo.

Pero, mala pata, la cajera del Panier era amiga de la señora Rosa de cuando las dos se buscaban la vida juntas y se lo contó a la vieja. ¡La que se armó! Nunca había visto a la judía de aquella manera. «¡Yo no te he educado para eso!», decía llorando. Lo repitió tres veces.  Tuve que jurarle que no volvería por allí y que nunca sería un proxineta. Me dijo que todos eran unos chulos y que prefería morirse. Pero yo no veía qué otra cosa podía hacer, con diez años.

Lo que a mí siempre me ha llamado la atención es que las lágrimas formen parte del programa. Significa que hemos sido programados para llorar. Había que pensarlo. Ningún constructor respetable haría eso.  Los giros seguían sin llegar y la señora Rosa empezó a echar mano de la caja de ahorros. Tenía guardados algún dinero para la vejez, pero ahora sabía que ya no duraría mucho. Todavía no tenía cáncer,  pero el resto se deterioraba rápidamente. Hasta me habló por primera vez de mi madre y de mi padre, porque parece que eran dos. Me dejaron allí una noche y mi madre se echó a llorar y salió corriendo. La señora Rosa me inscribió como Mohammed, musulmán, y les prometió que me trataría a cuerpo de rey. Y después, después…, suspiraba,  y era todo lo que sabía, pero no me miraba a los ojos cuando lo decía. No sabía qué era lo que me ocultaba, pero por la noche me daba miedo. Nunca conseguí sonsacarle nada, ni siquiera cuando el dinero dejó de llegar y ya no tenía por qué ser considerada conmigo. Lo único que sabía era que tenía un padre y una madre, porque en eso la naturaleza es como es.  Pero nunca habían vuelto y la señora Rosa adoptaba un  aire culpable y se callaba. Desde ahora les digo que nunca he encontrado a mi madre, no quiero que se hagan ilusiones. Un día me puse muy pesado y la señora Rosa inventó un cuento tan tonto que daba risa.

—A mí me parece que tu madre tenía prejuicios burgueses porque era de buena familia. No quería que tú supieras a qué se dedicaba. Por eso se marchó sollozando, con el corazón destrozado, para no volver más porque el prejuicio te hubiera provocado un trauma, como exige la medicina.

Y se echó a llorar, la señora Rosa, a nadie le gustaban tanto las historias bonitas como a ella. Creo que el doctor Katz tenía razón. Cuando se lo conté, él me dijo que las putas son muy sentimentales. Y lo mismo el señor Hamil, que ha leído a Victor Hugo y ha vivido más que cualquier persona de su edad, cuando me explicó sonriendo que las cosas no son blancas ni negras y que lo blanco es a menudo lo negro que se esconde y lo  negro es a veces lo blanco que se ha dejado engañar. Y añadió, mirando al señor Driss, que acababa de servirle un té de menta: «Se lo digo por experiencia». El señor Hamil es un gran hombre, pero las circunstancias no le han dejado llegar a serlo.”
La vida ante sí
Romain Gary (Émile Ajar)
Traducción:  Ana María de la Fuente
deBolsillo, 2008
páginas: 66-68


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