Las raíces del cielo
Romain Gary
Traductora: Mercedes Corral
De Bolsillo, 2008
páginas: 528
por José Ramón Martín
Largo
“En estos
tiempos que corren tal vez no deje de ser una audacia sacar a relucir una
novela de ideas (no se me ocurre de qué otra forma podría llamarla), cuyo
autor, además, nunca muy conocido entre nosotros, tiene ya un pie en el
silencioso y negro olvido. Precisamente por eso está hoy más indicado que nunca
redescubrir Las raíces del cielo de Romain Gary, obra por la que éste, que
fue autor de unas treinta novelas, al menos media docena de ellas consideradas
con razón de las más prominentes de la literatura francesa del siglo pasado,
recibió su primer premio Goncourt en 1956.
La
calificación de “novela de ideas” puede tener ciertamente un efecto disuasorio
en el lector, por lo que conviene aclarar enseguida que novela de ideas es
también al fin y al cabo Los miserables,
novela, igualmente, de personajes, y que se honra como pocas en realizar la
función que se espera de toda novela, es decir, la de narrar una historia. Lo
mismo puede decirse de Las raíces del
cielo, en cuya amplia nómina de personajes (pues se trata de una obra
coral) abundan los perfilados minuciosamente, y en la cual figura algo tan raro
en la producción literaria moderna como un héroe, uno genuino, legendario, al
estilo de los héroes conradianos, y
que es portador del ideal humano que pone en movimiento a la historia y a los
personajes que serán testigos, y que testificarán, sobre ella (a veces contra
ella). El héroe y su idea hacen reflexionar a los otros personajes, modificando
su punto de vista y forzándoles a actuar, a tomar partido. Y es posible que la
propuesta de este héroe del que no sabemos gran cosa, aparte de que se apellida
Morel, no deje indiferente tampoco al lector actual.
El francés
Morel fue hecho prisionero por los alemanes en la II Guerra Mundial y enviado a
un campo de trabajos forzados. Aquí empiezan y terminan los antecedentes que la
novela nos proporciona del héroe. Años después Morel reaparece en los Montes
Oulés, en el Chad, que entonces formaba parte del África Ecuatorial Francesa.
Excepto por el detalle de que se trata de África, la vida en la colonia no se
diferencia mucho de la que cabría esperarse de una apacible ciudad francesa de
provincias. El centro social de la misma, que es casi también su centro
administrativo, es el Chadien, un modesto hotel regido por un simpático
traficante de armas libanés. Allí trabaja la rubia Minna, berlinesa y ex
cabaretera. Entre los asiduos del hotel se encuentra el “mayor” Forsythe, ex
oficial norteamericano que, como el resto de los habitantes de la colonia,
arrastra una oscura y azarosa historia. Pues estos personajes secundarios que
no parecen sino esperar la llegada del héroe, el cual dará un relieve
inesperado a sus vidas, sí poseen una amplia y bien documentada vida anterior,
de la que se deduce que todos ellos vienen a ser algo así como ruinas humanas,
unas ruinas que, como tales, han sido enviadas a un basurero de la geografía y
de la Historia y que son producto de la terrible primera mitad del siglo XX.
Morel se
presenta con una cartera (que le acompañará hasta el fin de la novela) y un
documento que somete al examen de los habitantes y transeúntes del Chadien, a
fin de obtener de ellos el respaldo de su firma. El documento, que reclama de
las autoridades la prohibición de la caza de elefantes, merecerá sólo la
atención de la ex cabaretera y del ex oficial norteamericano, quienes
finalmente acompañarán a Morel cuando éste, a la vista del escaso éxito
obtenido, decida cambiar de estrategia y, como decimos entre nosotros, “se eche
al monte”, a la cabeza de un maquis dispuesto a imponer por la fuerza la
protección de la fauna africana.
Lo dicho hasta
aquí bastaría para imaginar una predecible novela de aventuras en la que unos
idealistas cargados de buena intención, pero también de misantropía y de hastío
no sólo hacia su propia especie, sino también hacia la vida, deben enfrentarse
a poderosas y desconocidas fuerzas que por todos los medios tratarán de
hacerles fracasar. De hecho, la obstinada determinación de Morel, y la que
muestran los otros en seguirle, recuerda de inmediato aquella aventura real de
la zoóloga Dian Foosey, que se
marchó a las montañas Virunga de Ruanda para proteger (cuando hizo falta
también por la fuerza) a unos gorilas que acabarían haciéndose famosos gracias
a su libro Gorilas en la niebla y a
la película homónima. El libro de Gary, en efecto, se anticipó en un par de
décadas a la guerrilla conservacionista de Fossey, empeño que a ésta última
acabaría costándole la vida y que todavía hoy sirve de inspiración a los
protectores del medio ambiente. Por otra parte, la novela de Gary fue publicada
en un momento en el que, como su autor escribiría más tarde, sólo cuatro
personas conocían en Europa el significado de la palabra “ecología”. Ya sólo
esto basta para que consideremos a Gary un precursor y a su personaje Morel un
iluminado, pero lo mejor es que después de las cien primeras páginas el lector
ya es plenamente consciente de que la cosa no va de elefantes, o no sólo de
eso.
Gary (o mejor
dicho: el conjunto de los personajes de la novela, que toma la palabra en lugar
de él) describe con morosa precisión las implicaciones políticas de los actos
de Morel, implicaciones que alcanzan una dimensión mundial y en la que cada
actor tiene su parte, la cual consiste en aprovecharse de Morel, en explotar
sus éxitos y su popularidad en provecho propio y, en algún caso, en
traicionarle. Así, la narración se convierte por momentos en una novela
política en la que polemizan y se combaten mutuamente los intereses que
involuntariamente, con su acción, el propio héroe ha puesto en juego: los
movimientos independentistas africanos, que empezaban a barruntar el final de
la colonización; la prensa, ansiosa por mostrar a la opinión pública el auge y la
decadencia de un mártir; y las propias autoridades coloniales, que se niegan a
aceptar las proclamas conservacionistas de Morel y temen ver en él a un líder
nacionalista al servicio del panarabismo de El Cairo o, lo que es peor, de
Moscú. El interesante debate político que pone en escena la novela, y que no ha
perdido vigencia, confluye en un cuestionamiento del progreso y de la capacidad
de éste para armonizarse con la naturaleza.
Sin embargo,
tampoco la política internacional es el verdadero tema de la novela, como el
lector empieza a intuir hacia la mitad del libro. Morel insiste una y otra vez
en que sus actos no tienen más sentido que la protección de los elefantes, esos
magníficos y anacrónicos animales a los que el hombre debe dejar un margen, pero
para entonces ya deja ver lo que se oculta en el fondo de su rebeldía, que no
es otra cosa que una vindicación épica, bellísima, de las más fértiles que se
han escrito, de la dignidad humana. Estos hombres, que son víctimas de una
espantosa soledad, y que han dado la espalda al progreso material que a fin de
cuentas ha resultado ser el vencedor de la última guerra, aspiran a restablecer
mediante el deber moral que se han impuesto una dignidad que la especie humana
ha perdido en los campos de batalla, en las ciudades arrasadas por los
bombardeos y en las cámaras de gas. Un ideal limpio de todo interés, en lugar
de la corrupción que domina la política y la ciencia, devolverá al hombre la
confianza en el hombre y en su facultad para influir en la Historia, viene a
decirnos Morel. Es aquí donde el libro alcanza una mayor y más rica densidad
conceptual, aproximándose a un modelo de relato que trasciende todo lo dicho
hasta el momento, que nos resulta familiar y que no es otro que el que nos han
hecho de la vida de Cristo, ese otro rebelde que sabía que iba a ser
traicionado, convertido aquí en un Cristo laico que participó en la guerra de
España, que sufrió los campos de concentración nazis y al que se vio, siempre
tozudo y optimista, en todas las causas perdidas.
Las raíces del cielo es una novela que
crece y se ennoblece a cada página. Que los hechos sean narrados por un
personaje a otro en una sola noche, como sucede también, dicho sea de paso, con
el Lord Jim de Conrad, confiere a los mismos una distancia que es muy conveniente
a su naturaleza épica. Se trata de una de esas novelas que escapan a cualquier
género, que contienen todo un mundo, que perturban y nos llevan a creer justa
la felicidad que sintió un hombre al culminarla. Una felicidad que en el caso de
Gary no parece haberle reconciliado con esta especie humana que hasta ahora
sólo ha sido capaz de utilizar un cuarto de su cerebro, lo que a él le hizo
pensar que en las otras tres cuartas partes, vírgenes todavía, se encuentre tal
vez el órgano de la dignidad. La novela fue llevada al cine por John Huston en 1958, y de nuevo este
director aficionado a las adaptaciones imposibles (Moby Dick, Bajo el volcán) se quedó a medias. “
La República
Cultural
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