—¿En qué estás pensando de
verdad? —decía ella, dejando su labor de punto y mirándolo a los ojos.
—¿Qué quieres decir? —preguntaba
él en respuesta, de un modo poco sincero, pues sabía exactamente qué quería
decir.
—No puede preocuparte de verdad
ese sinsentido. Averigua lo que te preocupa de verdad.
«Averigua lo que te preocupa de
verdad.»
Era más fácil decirlo que
hacerlo.
¿Qué le preocupaba? ¿La inmensa
incompetencia de la razón ante las pasiones salvajes? ¿El hecho de que el
sistema de justicia era una jaula que no podía mantener al demonio cautivo más
que una veleta podía detener el viento? Lo único que sabía era que había algo
allí, en la parte de atrás de su mente, mordiendo sus otras ideas y
sentimientos como una rata.
Cuando trataba de identificar el
problema más corrosivo en medio del caos, se encontraba perdido en un mar de
imágenes desbocadas.
Cuando trataba de vaciar su
mente, de relajarse y de no pensar en nada, había dos imágenes que no
desaparecían.
Una era el cruel placer en los
ojos de Dermott cuando recitó su horrible rima sobre la muerte de Danny. La
otra era el eco de la furia acusatoria en sí mismo, con la que había difamado a
su propio padre cuando había contado cómo, supuestamente, había agredido a su
madre. No era sólo una actuación. Una ira terrible se elevaba desde algún lugar
interior y lo saturaba. ¿Esa autenticidad significaba que de verdad odiaba a su
padre? ¿Era la rabia que había explotado al contar esa horrible historia, la
rabia reprimida del abandono: el feroz resentimiento de un niño hacia un padre
que no hacía otra cosa que trabajar, dormir y beber, un padre que siempre
estaba alejándose, siempre inalcanzable? Gurney estaba asombrado de lo mucho y
lo poco que tenía en común con Dermott.
¿O era al revés, una pantalla de
humo que cubría la culpa que sentía por haber abandonado a ese hombre frío y
cerrado en su edad anciana, por haber tenido la mínima relación posible con él?
¿O era un autodesprecio
desplazado que surgía de su propio doble fracaso como padre: su fatal falta de
atención hacia un hijo y cómo evitaba al otro?
Madeleine probablemente habría
dicho que la respuesta podía ser cualquiera
de las mencionadas o ninguna de las mencionadas, pero que, fuera cual fuese, no
era importante. Lo que era trascendente tenía que ver con lo que uno creía en
su interior que era lo correcto, aquí y ahora. Y a menos que la idea le
resultara desalentadora, ella le sugeriría que empezara por devolver la llamada
a Kyle. No es que Madeleine tuviera un especial aprecio por él — de hecho, no
parecía que le cayera bien en absoluto: su Porsche le resultaba estúpido; su
mujer, pretenciosa—, pero para ella la química personal era algo secundario
respecto a hacer lo correcto. Gurney se maravillaba de que una persona tan
espontánea pudiera también llevar una vida tan regida por los principios. Era
lo que la hacía ser como era. Era lo que la convertía en un faro en el cenagal
de su propia existencia.
Lo correcto, ahora mismo.”
Sé lo que estás pensando
John Verdon
Roca editorial 2013
Páginas 423-424
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