ilustración:
Manuele Fior
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“Entré en el café del señor Driss,
que me hizo comer de gorra, y me senté delante del señor Hamil, que estaba
cerca de la ventana, con su albornoz gris y blanco. Ya no veía nada, pero en
cuanto le dije mi nombre tres veces enseguida se acordó de mí.
—Ah, mi pequeño Mohammed, sí, sí,
lo recuerdo... Lo conozco muy bien... ¿Qué ha sido de él?
—Señor Hamil, soy yo.
—Ah, bueno, bueno, perdona. Como
ya no veo...
— ¿Cómo está, señor Hamil?
—Ayer comí un buen cuscús y hoy
me darán arroz con caldo. Todavía no sé lo que me darán para cenar y siento
curiosidad.
Seguía con la mano encima del
libro del señor Víctor Hugo y miraba a lo lejos, como buscando lo que iban a
darle de cena.
—Señor Hamil, ¿se puede vivir sin
alguien a quien querer?
ilustración:
Manuele Fior
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—Yo quiero cuscús, mi pequeño Víctor, pero
todos los días, no.
—No me ha entendido, señor
Hamil. Cuando yo era pequeño,
me dijo que no se puede vivir sin amor.
Su cara se había iluminado desde dentro.
—Sí, sí, es verdad. Yo también
quise a alguien cuando era joven. Sí, tienes
razón, mi pequeño...
—Mohammed. No soy Víctor.
—Sí, mi
pequeño Mohammed. Cuando era joven quise
a alguien, a una mujer. Se llamaba... —Pareció asombrarse—. No me acuerdo.
Me levanté y volví al sótano.
ilustración:
Manuele Fior
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(…)
Cuando tiraron
la puerta para ver de dónde venía aquello y me vieron tendido a su lado todos
se pusieron a pedir socorro y a gritar: «¡Qué horror!». No se les había
ocurrido gritar antes porque la vida no huele. Me llevaron en una ambulancia al
sitio donde decía el papel que me encontraron en el bolsillo con un nombre y
una dirección. Les llamaron porque ustedes tienen teléfono y pensaron que eran
algo mío. Fue así como ustedes llegaron y me llevaron al campo sin ninguna
obligación por mi parte. Creo que el señor Hamil tenía razón cuando todavía
tenía su cabeza y decía que no se puede vivir sin alguien a quien querer, pero
no les prometo nada. Ya veremos. Yo quería a la señora Rosa y voy a seguir
viéndola. Pero me gustaría quedarme una temporada con
ustedes, ya que sus hijos me lo piden. Fue la señora
Nadine la que me enseñó cómo se puede hacer retroceder el
mundo, y estoy muy interesado y lo deseo de todo corazón. El
doctor Ramón hasta fue a buscar mi paraguas Árthur. Yo
me hacía mala sangre porque nadie iba a quererlo por su valor
sentimental, hay que amar.”
La vida ante sí
Romain Gary (Émile Ajar)
Traducción: Ana
María de la Fuente
deBolsillo, 2008
páginas: 191-196
ilustración:
Manuele Fior
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